Physical Address
304 North Cardinal St.
Dorchester Center, MA 02124
Physical Address
304 North Cardinal St.
Dorchester Center, MA 02124


El canciller Quirno firmó un acuerdo marco en el que cede mucho más de lo que consigue. El dueño de Techint apoya el ajuste, pero alerta que 46 millones de argentinos no pueden vivir de las materias primas: preocupa que en el RIGI se importen hasta los galpones. Los aduaneros no controlan: ¿roban para un vértice del Triángulo de Hierro?
Donald Trump y su principal aliado latinoamericano, Javier Milei, al que rescató de una crisis financiera en plena campaña electoral y logró pavimentarle la reciente victoria en las urnas, anunciaron este jueves un acuerdo marco comercial desequilibrado. El salvataje tuvo este precio. No es el único. El comunicado de la Casa Blanca dejó muchos detalles por aclarar, pero más aún la Casa Rosada, que apenas informó el contenido del pacto. Del texto de Washington se desprende que la Argentina cede en 30 ítems puntuales, mientras que EE.UU. lo hace sólo en dos.
Para la mentalidad del economista libertario toda apertura es buena, pero en las negociaciones comerciales internacionales los países suelen abrir un sector a cambio de otro, no regalarlos con alegría. Veamos qué aspectos concedió la Argentina tras la negociación final que el nuevo canciller Pablo Quirno mantuvo esta semana en la capital norteamericana, después de meses de diálogo del diplomático Luis María Kreckler:
¿Cuáles son las concesiones de EE.UU.? Son dos y están expresada en un solo párrafo: “Eliminarán los aranceles recíprocos sobre ciertos recursos naturales no disponibles y artículos no patentados destinados a aplicaciones farmacéuticas”. No se explicitan cuáles son esas materias primas que no están en territorio norteamericano, pero apuntan a los minerales, no a los hidrocarburos ni a los alimentos argentinos, que en EE.UU. sobran. Tampoco se aclara qué insumos para remedios se exportarán. No se menciona nada de aluminio, acero o biodiesel, sectores argentinos que esperaban una apertura.
Aunque el proteccionista Trump hace semanas mencionó en un raro giro liberal que quería importar carne vacuna argentina para bajar los precios internos, después sobrevino la queja de sus ganaderos, usualmente republicanos, y quizás por eso el acuerdo tiene una mención difusa al asunto. Nada concreto para el campo argentino. “Ambos países se han comprometido a mejorar las condiciones recíprocas y bilaterales de acceso al mercado para el comercio de carne vacuna”, es una referencia que no concreta nada y encima abre la puerta para que la Argentina importe bifes estadounidenses. Ya este año ha comprado de Brasil.
Los que por ahora respiran tranquilos son los laboratorios nacionales, porque la alusión del pacto a la protección de patentes, pretensión de sus competidores norteamericanos, tampoco implica algo palpable. Y lo que no se explicita bien en acuerdos comerciales internacionales es porque se patea para adelante. Sólo se menciona que el gobierno de Milei, que cuenta con el respaldo de empresarios farmacéuticos locales como los Bagó y los Sielecki, “se ha comprometido a abordar desafíos estructurales señalados en el informe Especial 301 de 2025 de la Oficina del Representante Comercial de EE.UU., incluyendo los criterios de patentabilidad, el atraso en el otorgamiento de patentes y las indicaciones geográficas, además de avanzar hacia la armonización de su régimen de propiedad intelectual con los estándares internacionales”. Es decir, todos buenos deseos de cambios que quizás algún día se concreten si se modifican leyes. No sólo respiran aliviados los laboratorios locales sino también los agricultores que usan semillas de soja o maíz patentadas por las alemanas Bayer y BASF, la estadounidense Corteva o la china Syngenta.
Quien esperaba un resultado positivo de la negociación comercial con EE.UU. y al parecer no lo consiguió fue el acerero Paolo Rocca, dueño del grupo Techint. Horas antes de conocerse el acuerdo, el empresario italiano residente en la Argentina volvió a un terrorio que él domina, el de la Unión Industrial Argentina (UIA), después de cinco años de ausencia en sus conferencias anuales. Llegó, elogió la motosierra fiscal y monetaria, apoyó las dos reformas que enviará el Gobierno al Congreso en sesiones extraordinarias en febrero próximo -rebaja tributaria y flexibilización laboral-, pero reclamó una “política industrial” a contramano de lo que cree Milei. Reconoció que en el pasado la Argentina fracasó en la materia, pero recordó que también lo había hecho en su receta monetaria y no por eso este gobierno dejó de tenerla. EE.UU., la Unión Europea, China, Japón, Corea del Sur, Brasil y México tienen sus planes manufactureros, pero la Argentina no.
Rocca recordó que 46 millones de argentinos no pueden vivir sólo de la producción de materias primas. Que no somos Australia, con 27 millones, ni Chile, con 19 millones. Por eso, aunque ahora gana dinero exportando petróleo y gas de Vaca Muerta con Tecpetrol, abogó por la industria, como sus siderúrgicas Tenaris y Ternium. También defendió la apertura comercial, pero “racional”, en otro pasaje crítico del gobierno libertario.
En su grupo están mirando con atención si se cumple el 20% de compras locales de bienes y obras que exige el Régimen de Incentivo de Grandes Inversiones (RIGI). Cunde el pánico en la UIA porque están importándose galpones enteros de China, aunque sus competidores locales advierten que no es tan fácil ni barato como traerse ropa de Shein, que si el talle no calza, se tira. El único proyecto RIGI de energías renovables -un sector que espera que se renueve su ley de fomento- es un parque eólico del grupo PCR; tendrá 40% de provisión local y el de la futura siderúrgica Sidersa -de la familia rosarina Spoto-, un 66%; pero se temen que sean casos aislados frente a una mayoría de iniciativas mineras y de hidrocarburos.
En un momento de exitismo de Milei después de su batacazo en las elecciones legislativas, en tiempos en que el triunfo silencia todas las críticas y hasta industriales antes eran opositores ahora se preguntan si los demás no tendrán razón, el dueño de Techint irrumpió con un mensaje para dos públicos. Por un lado, el Presidente. Hombre poderoso que vio pasar muchos gobiernos, hizo oír su voz y habrá que ver si el jefe de Estado reacciona. Por otro, lo escuchó un Centro de Convenciones (CEC) colmado, incluidos empresarios que de un día para el otro están convirtiéndose en importadores y que, por una cuestión de clase social o apabullados por la derrota de sus ideas industrialistas, se abrazan a las que les impone la mayoría que votó a La Libertad Avanza.
Entre los industriales, algunos pocos están bien, como los metalmecánicos que abastecen a Vaca Muerta o al transporte logístico -beneficiado por el comercio electrónico-, pero en otros como calzado, textiles, autopartes, frigoríficos, azúcar o siderúrgico están sufriendo y anticipan más cierres de los que ya ha habido. De todo modos, entre los que andan mal hay quienes esperan que algunos costos bajen con las reforma tributaria y laboral -igual les temen a los juicios en los fueros del trabajo- y que el rescate financiero de EE.UU. evite cualquier estallido hasta las elecciones presidenciales de 2027.
Son los que están contentos de que ya sus empleados no les piden aumento salarial sino que se encomiendan a un repunte del crédito -las tasas de interés bajan, pero no lo suficiente porque los encajes bancarios siguen altos-, pero lamentan un futuro más parecido al modelo peruano del ministro de Economía, Luis Caputo, con menos industria, más desigualdad y más dependencia de EE.UU.
Otros industriales, en cambio, sólo ven el lado negativo del plan económico. Temen que el consumo siga hundido, que las importaciones crezcan y advierten sobre el galopante ascenso del contrabando. La ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, organizó algunos decomisos testimoniales, pero la fiesta pirata sube el volumen. El director de la Aduana, José Andrés Velis, está preocupado por agilizar el comercio. Mientras, entran por fronteras o puertos, desde electrónicos hasta calzados de contrabando, con inspectores que ya no controlan por orden de arriba o que si lo hacen, piden peaje -siempre lo han hecho, pero ahora están más voraces, según los que los tratan-, no se sabe si para robustecer sus bolsillos ajustados por la motosierra o para contribuir a la corona. ¿Cuál? En el Triángulo de Hierro, en el que los hermanos Javier y Karina Milei crecen frente al asesor presidencial Santiago Caputo, este último aún domina la Aduana. Son nichos de poder que por ahora mantiene, como la Secretaría de Transporte, a cargo de Luis Perrini, que este año renovó la concesión del ferrocarril Nuevo Central Argentino a Aceitera General Deheza (AGD), la empresa de Roberto Urquía que bien supo aportar a la campaña de LLA.
AR/MC