Fue olímpica para Argentina pero su voz sonó más fuerte por una importante denuncia: la historia de Eugenia Bosco

Fue olímpica para Argentina pero su voz sonó más fuerte por una importante denuncia: la historia de Eugenia Bosco
Con apenas 28 años, la sanpedrina Eugenia Bosco, reciente medallista de plata en los Juegos Olímpicos de París 2024, dejó una lección de coraje que trascendió al deporte argentino y alcanzó a la sociedad en su conjunto. Su regreso tras la gran cita internacional la encontró frente a decisiones habituales en la carrera de cualquier atleta de elite.

Al volver de una competencia de semejante magnitud, se abrían distintos caminos posibles: enfrentar el vacío emocional que suele aparecer después de un evento tan intenso o, por el contrario, empezar de inmediato a replantear metas y desafíos de cara al futuro. Bosco eligió avanzar, demostrando que el verdadero valor no solo está en subir al podio, sino también en cómo se gestiona el después.

CUÁL ES LA HISTORIA DE EUGENIA BOSCO Y CÓMO SE FORTALECIÓ MÁS ALLÁ DEL DEPORTE

Tras su regreso de París, Eugenia Bosco tomó una decisión que sacudió al deporte argentino. La medallista olímpica denunció públicamente a Leandro Tulia, exentrenador de la escuelita de Optimist del Yacht Club Olivos, por abuso sexual ocurrido cuando ella era menor. A partir de su testimonio, otras tres mujeres se animaron a contar experiencias similares, atravesadas por un mismo patrón: un adulto en una posición de poder, niñas persiguiendo un sueño deportivo, el silencio impuesto y las amenazas como mecanismo de control.

Semanas después de formalizar la denuncia, Bosco decidió hacer pública esa parte de su historia. El impacto fue inmediato y profundo. Nunca antes el relato de una atleta argentina había generado una conmoción de semejante magnitud.

En paralelo, comenzaron a circular —muchas veces en voz baja— historias de personas que ella conoce y de otras a las que jamás vio. Relatos que aparecen por empatía, por bronca, por necesidad de apoyo o, simplemente, para decir “a mí también me pasó”. Muchas de esas vivencias no salen a la luz porque cada proceso es personal y está atado a circunstancias íntimas, pero existen. A partir de este cimbronazo, algunos clubes incorporaron psicólogos, impulsaron capacitaciones para entrenadores y abrieron espacios de contención. Madres y padres empezaron a preguntar más, a escuchar, a advertir. El caso se volvió un punto de referencia.

El último viernes, Tulia —detenido desde febrero— fue condenado a seis años y medio de prisión. La sentencia no se basó en los hechos denunciados por Bosco, que fueron considerados prescriptos por el marco legal vigente al momento (Ley Piazza), sino en los casos de otras dos denunciantes, en una causa en la que ella participó como testigo. En su fallo, la jueza Verónica Di Tommaso destacó la exposición extrema a la que se vio sometida la deportista y remarcó que no obtuvo ningún beneficio personal al contar su historia. “Era una atleta reconocida, medallista olímpica, una de las mejores del mundo en su disciplina. ¿Qué necesidad tenía de revivir lo ocurrido a los 12 años?”, planteó. Y concluyó que la motivación de Bosco fue evitar que otros niños atravesaran lo mismo.

Bosco está habituada a navegar ríos, mares y océanos. Compite en Nacra 17, una clase que puede alcanzar velocidades cercanas a los 25 nudos y que exige maniobras constantes, precisión absoluta y tolerancia al error cero. También traslada embarcaciones entre continentes y disfruta de ese desafío que a muchos les resultaría abrumador. Sin embargo, durante años convivió con una sensación opuesta: se sentía pequeña, frágil, indefensa. El secreto que cargaba la reducía. Con el tiempo entendió que la vulnerabilidad también es parte de la condición humana.

Hoy, Eugenia Bosco admite estar cansada por haber puesto el cuerpo y la voz, pero al mismo tiempo se siente con fuerzas para seguir. Comprende que el peso que llevó no era solo suyo, sino el de muchas historias silenciadas. Ese entendimiento, de a poco, se transforma en alivio. Lejos de la condena social que temía, encontró escucha, reconocimiento y hasta afecto.

Sanó, aunque sabe que el tiempo no borra todo: cicatriza. Se reconoce más fuerte, empoderada por haber ayudado, por haberse sentido acompañada. Y asume que, además de su medalla, su nombre quedará asociado para siempre a la resiliencia.