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Un nuevo capítulo de una disputa que agobia. El gobernador bonaerense quedó en pie, pero no le alcanzará con superar las asechanzas de los Kirchner. El tiempo para que empiecen a sonar «nuevas melodías» se acaba. La lección de Milei de la que Kicillof puede aprender
“Bailó porque estaba celebrando la derrota, ¿qué duda cabe?”. La interpretación proveniente del corazón del Gobierno bonaerense sobre la coreografía de Cristina en la noche del domingo expresa una lectura extendida en todo el espectro kicillofista.
La idea de que los Kirchner encararon el proceso electoral de 2025 con voluntad de derrota era transmitida hace unos meses por las voces con mirada más confrontativa y conspirativa del entorno de Axel Kicillof. Hoy, por el contrario, son minoría quienes se animan a sostener lo contrario.
La tesis —algo rústica, bastante verosímil— sostiene que los Kirchner prefieren recluirse en trincheras que les permitan dominar narrativas, articulaciones y presupuestos, antes que asistir al crecimiento de liderazgos opositores que le planten batalla a Javier Milei, pero no respondan a la botonera de San José 1111. El relato describe acuerdos subterráneos entre el ultra y la expresidenta que estarían a salvo de los chisporroteos públicos, como si hubiera zonas francas de no agresión. La versión del pacto espurio entre los Milei y los Kirchner merece ser matizada a la luz de la prisión domiciliaria de Cristina, que el (¿ex?) soez reivindica como obra propia.
La lista de reproches dentro del peronismo sobre la secuencia de la elección local de septiembre y la nacional de octubre es infinita y tiende al sopor.
En pocas palabras, Fuerza Patria llegó a la primera cita tras una discusión traumática que alcanzó los minutos finales de la inscripción de listas. Se lotearon los espacios para la elección local bonaerense, pero las cabezas visibles en las secciones más pobladas fueron para candidatos leales a Kicillof y sus intendentes aliados.
“Ojalá me equivoque”, se atajó Cristina en una declaración de abril que intentó abrir el paraguas sobre la inconveniencia de someter las gestiones provincial y municipal a una votación separada, porque supuestamente la agenda nacional se la llevaría por delante. Preveía derrota y se equivocó: el peronismo obtuvo en septiembre el mejor resultado en décadas en una elección provincial de medio término.
En cambio, la boleta de octubre tuvo a Máximo Kirchner al mando de la lapicera y al gobernador bonaerense como testigo, casi sin voz ni voto. El heredero y presidente del PJ bonaerense repartió zanahorias entre los suyos, Sergio Massa y Juan Grabois, y se esmeró en escenificar los palos a los intendentes peronistas que se habían sublevado, no sólo negándoles posiciones en la lista, sino otorgándoselas a rivales internos en sus municipios. A Kicillof le fueron concedidos los puestos nueve y trece, más propios de un intendente de segundo orden que del gobernador del distrito.
Resulta insólito que la mera enunciación de esa idea no lleve a Cristina a reflexionar los motivos que activan ese “despertador”, entre los que podría estar su propia persistencia en una lectura siempre capciosa de la historia reciente
Otra voz próxima a Kicillof describe el efecto de la movida. “Los intendentes antes pensaban que los cagaba (el diputado provincial maximista Facundo) Tignanelli, después Máximo, y ahora se dan cuenta de que la que los quiere cagar es Cristina”. De allí que alcaldes del conurbano que habían permanecido neutrales o incluso más próximos al eje Patria-Cámpora hayan cuestionado la carta de Cristina del viernes por la mañana, que llegó al mundo para ratificar la infalibilidad de su autora y la sagacidad estratégica de su hijo.
La de los Kirchner fue en esencia una anticampaña. Sus intervenciones más salientes procuraron limar a Kicillof antes que convocar al voto a Fuerza Patria. Por lo demás, La Cámpora se retiró y el gobernador, con la campaña absurdamente huérfana, asumió el proselitismo en los días finales. El domingo por la tarde, cuando el resultado negativo flotaba en el ambiente pero todavía no era público, camporistas connotados recuperaron la palabra para apuntar a Kicillof como responsable del traspié, porque “Cristina siempre tiene razón”.
La interpretación parecía burda. Días después, la expresidenta demostraría ser la autora intelectual.
Cristina cambió el eje con el diario del lunes. Aquella prevención de que la derrota en la elección provincial de medio término asomaba como inexorable y actuaría como prólogo de lo que sucedería en octubre, pasó a ser que la victoria de septiembre funcionó como “despertador” del voto antikirchnerista siete semanas después. Resulta asombroso que la mera enunciación de esa idea no invite a Cristina a reflexionar los motivos que activan ese “despertador”, entre los que podría estar su propia persistencia en una lectura siempre capciosa de la historia reciente, que no hace más que aumentar la brecha con el sentimiento de una parte de la población.
Los desplantes previos y posteriores a las elecciones son valorados como un activo por Kicillof. “Cada vez que nos bardean, es lo mejor que nos puede pasar”, dicen. En ese espacio reside la convicción de que, si la jefatura política de cara a 2027 continúa en manos de los Kirchner, no hay forma posible de victoria. El fantasma del Frente de Todos que tuvo una candidatura presidencial por un lado y el timón político por otro dejó un precedente irrepetible.
En el cuartel de Kicillof le ponen título a lo que viene: “Nosotros vamos a iniciar un camino a 2027, con o sin Cristina. Si ellos no están, no es nuestro problema”.
La derrota por medio punto porcentual ante la lista de La Libertad Avanza (LLA) provocó un daño indudable al proyecto presidencial de Kicillof. Más allá de los forcejeos internos del peronismo bonaerense, la impactante remontada de una boleta que tuvo la foto y el nombre de José Luis Espert a la cabeza fue correctamente leída como un traspié del gobernador.
El voto antikirchnerista demostró potencia y capacidad de reacción; acaso sea la mayor invariante de la política argentina en este siglo. Ese bloque prueba con ultraderechistas, conservadores clásicos, mediáticos, fugas del peronismo, El Tronquito, progresistas antiperonistas y siempre encuentra su 40% cuando le hace falta. Como si no hubiera grados de desprestigio, chamanismo económico, motosierra cruel y postraciones indignas ante Donald Trump que alcancen para desalentar la voluntad pétrea de evitar un regreso del kirchnerismo al Gobierno.
“Le ganamos a Milei en septiembre y empatamos con Trump en octubre”, fue la línea argumental que repitieron kicillofistas frente al micrófono y en off the record a la hora de evaluar el resultado. Quedó así expuesto que el ensimismamiento y la letanía autoindulgente no son cualidades que se limiten a las terminales de San José 1111 y también alcanzan el Palacio de Gobierno ubicado en la calle 6 de La Plata. Trump es poderoso, sus dólares valen, pero no es una figura demasiado querida entre los argentinos, más allá del núcleo extravagante que idolatra a los Hermanos Milei. Caben varias preguntas ante el mérito autoasignado de haber empatado con un presidente cuya injerencia en otros países (Canadá, México, Brasil, España) no hizo más que fortalecer a sus críticos.
Como si no hubiera grados de desprestigio, chamanismo económico, motosierra cruel y postraciones indignas ante Donald Trump que alcancen para desalentar la voluntad pétrea de evitar un regreso del kirchnerismo al Gobierno
Por más que el mandatario bonaerense se perciba distinto y superador del eje Cámpora-Patria, las urnas demostraron que le falta recorrer un camino para que esa impresión rompa fronteras, tanto entre los votantes, como entre liderazgos de otras provincias con los que inexorablemente deberá contar si pretende construir para 2027. En La Plata afirman que los puentes con diversas geografías del país ya comenzaron, pero prefirieron el sigilo en el año electoral.
Al cabo de un año electoral complejo, con adversarios del volumen de Milei y Cristina, la moneda de Kicillof está en el aire. No es poco.
En dos décadas, los Kirchner se enfrentaron a rebeldes que percibieron que el camino de salida era arrojarse a los brazos del Grupo Clarín y coquetear con versiones de la derecha. De buenas a primeras, propios y extraños debían asimilar la anomalía de que antiguos militantes de “la década ganada” pasaran a buscar el aplauso del coloquio de IDEA.
Hubo ensayos más talentosos (Sergio Massa) y esperpénticos (Florencio Randazzo); barriletes al viento (Daniel Scioli) y esbozos de un peronismo progresista que naufragaron en la impericia (Alberto Fernández). Con una capacidad excepcional de representación de su base electoral, a Cristina le bastó dejar pasar el tiempo para que sus rivales de ocasión se cocinaran en su propia salsa. Los que no quedaron marginados, volvieron al redil.
El trayecto de Kicillof no se asemeja al de ninguno de los mencionados. En cada cita con las urnas, el antiguo militante de la agrupación Tontos Pero No Tanto de la Facultad de Ciencias Económicas rompe su techo y suma autonomía. Lleva dos elecciones ganadas como gobernador de la Provincia de Buenos Aires por márgenes muy superiores a los esperados. La segunda de ellas (2023), en abierto desafío a la estrategia trazada por Máximo Kirchner. Este año, el desafío se transformó en enfrentamiento abierto con Cristina y su hijo, y el resultado (47% en septiembre) actuó como plebiscito de su gestión. Quedó archivado el argumento del eje Patria-Cámpora de que Kicillof no tenía legitimidad para emprender un camino propio, porque debía su mera existencia política a su mentora.
Un aspecto vital para su proyección es que Kicillof es considerado propio por la base electoral kirchnerista. Aunque necesite mucho más que eso, el gobernador no podría dar un paso sin ese punto de partida.
Si Kicillof superó la trampa de ser señalado como “traidor” —una palabra muy mencionada este año en el cristinismo, que perdió efecto—, todavía tiene pendiente la elaboración de una mirada convocante que dé respuestas a problemas estructurales de Argentina.
El mandatario y su entorno se aferraron a la idea de que 2025 no era el turno de propuestas programáticas, sino de conformar “un escudo y una red” para frenar a Milei.
La endogamia en la que a veces reincide el kicillofismo lo impulsó a llevar esa estrategia hasta un extremo poco justificable. Por más razonable que sea que una elección legislativa, ante el daño premeditado que Milei infringe al Estado y a los más débiles, no es la ocasión de presentar un plan de Gobierno —con todo lo nocivo que sería precipitar una agenda para quien todavía no se ganó el lugar de candidato presidencial—, ello no es un puente para evitar respuestas básicas que el liderazgo kirchnerista en su conjunto dejó de brindar hace años.
Tres ejemplos elementales. Ante la pregunta sobre el déficit fiscal estructural sin financiamiento que afecta a Argentina hace décadas, Kicillof se suele ir por las ramas con menciones de otros países con realidades muy distintas, hasta que finalmente menciona al pasar que él prefiere las cuentas en orden, y cita el ejemplo de la provincia que gobierna. En la era de los recortes de quince segundos para las redes, la precisión llega tarde. El gobernador no atina siquiera a argumentar que una vía de evitar el desequilibrio fiscal sería cobrar más impuestos a los sectores de mayores ingresos, algo esperable en un “peronista de izquierda”, identidad aportada por Carlos Bianco, principal gestor político de Kicillof.
Algo parecido ocurre en lo referido a la inflación, detectada acertadamente por Milei como máxima prioridad de las familias. Allí vuelve una laguna que pone el acento en que la baja de la inflación no debe ser a costa de estragos en los ingresos de los hogares, como si las familias no lo supieran ni lo padecieran. Lo tienen tan claro como que los procesos inflacionarios descontrolados, como el del final del Gobierno de los Fernández —generado tanto por su política económica como por la promesa de dolarizar sin dólares disparada por el ultra—, resquebrajan la vida de los barrios hasta el límite de lo soportable.
Un tercer ejemplo proviene de la política exterior. El sistema mediático, las ONG y las instituciones preguntan sobre Venezuela. No es una prioridad del votante, pero es un rito ineludible. La obsesión expone el doble estándar de quienes se preocupan por los derechos humanos en ese país y pasan por alto, por caso, Perú, modelo al que la incombustible derecha argentina se quiere parecer. O de quienes apuntan contra Nicolás Maduro, pero le tienden la alfombra roja al mayor responsable de matanzas en Sudamérica en lo que va del siglo, Álvaro Uribe.
Podrá ser desmesurado, pero cualquier candidato presidencial que no sea de derecha será preguntado sobre Venezuela y Maduro decenas de veces hasta llegar a 2027. La respuesta que ensayó Kicillof las veces que fue consultado al respecto fue que no correspondía involucrarse en asuntos internos de otros países. Otra vez, una laguna inadmisible, como si el rechazo a la injerencia al estilo Trump, Milei o Macri no fuera compatible con la denuncia de violaciones masivas a los derechos humanos y fraude cometidos por Maduro, que fueron constatados por organismos internacionales legitimados.
Quizás, una de las lecciones positivas que dejó el ascenso de Milei para la dirigencia política es que un líder aborda los temas; si es necesario, se embarra, contradice lo esperable, pero no deja respuestas vacantes. Sus opiniones son chocantes y revulsivas en un sinnúmero de temas, pero además de dejar clara su opinión, recorta las proyecciones que hacen otros en su nombre.
Las urnas dejaron en pie a Kicillof. Ninguno de los otros protagonistas del Frente de Todos parece tener ni las cualidades ni el capital electoral como el gobernador bonaerense. En cuanto a otros gobernadores peronistas, la foto queda desierta.
Por el lado del no peronismo-kirchnerismo, los gobernadores agrupados en Provincias Unidas que tenían alguna intención de explorar su suerte nacional (Martín Llaryora, Ignacio Torres, Maximiliano Pullaro), será mejor que se preocupen por no ser barridos por la ola violeta con la que fueron tan gauchitos hasta hace cuatro meses, para volver a serlo ahora, tras el impasse electoral.
La agenda pendiente de Kicillof en años en que deberá sortear la asfixia presupuestaria de Milei, la enemistad de la derecha y la guerrilla de los Kirchner supone una acechanza en cada esquina. Quiere. ¿Podrá? ¿Sabrá?
SL
slacunza@eldiarioar.com