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El caso de una paciente que tuvo que ser trasplantada por un exceso de suplementos herbales tras seguir recomendaciones de un influencer. En medio de un mercado que crece habilitado por la desconfianza a la ciencia, especialistas advierten por el incremento de daños vinculados a productos dietéticos y «naturales».
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Como muchos, María P. –una mujer porteña de 43 años– confió en las recomendaciones de su influencer de cabecera. El creador de contenido alertaba por los químicos que le “inyectan” a ciertos alimentos y aseguraba que con suplementos y un brebaje natural era suficiente para erradicar el cansancio y malestar estomacal, dos problemas que María tenía.
Poco a poco fue eliminando de su dieta todo alimento que considerara “inflamatorio”. Empezó por harinas y gluten. Siguió con azúcares y lácteos. A esta altura casi todo le provocaba malestar, razón por la cual se siguió restringiendo. Su lógica era: “Tengo inflamación, necesito más suplementos”.
“En realidad, al no consumir esos alimentos se deteriora la microbiota y disminuyen enzimas digestivas, lo que provoca que cualquier alimento caiga mal”, explica Fabio Nachman, jefe del servicio de Gastroenterología del Hospital Fundación Favaloro. Así, María P. optó por una dieta cada vez más acotada, envuelta en un círculo dañino; pero todavía no era consciente de eso.
Hasta que empezó a sentir cansancio y debilidad. Experimentó dolor abdominal. Casi sin apetito, tenía nauseas de forma recurrente. Su piel se tornó amarillenta, su orina empezó a ser más oscura, sus heces más pálidas y sus piernas más hinchadas. Había desarrollado una hepatotoxicidad inducida con falla hepática aguda. Su hígado dejó de funcionar.
Tras una temporada de haber consumido suplementos dietéticos y herbales que compraba en un local naturista a cuadras de su casa en Buenos Aires, asistió a una consulta con el gastroenterólogo Nachman y tuvo que ser derivada de urgencia para un trasplante de hígado.
“Es muy grave lo que está pasando. Este no es el único caso. Hay más. Y es una tendencia que comenzó en Estados Unidos y que se expande para todo el mundo”, advierte el profesional de la salud, coautor del libro “Nuestra salud digestiva”.
Según una investigación publicada en 2022 en la revista Liver Transplantation, en Estados Unidos los casos de fallo hepático vinculados a suplementos se multiplicaron por ocho entre 1995 y 2020. Otra revisión de 2017 en Hepatology estimó que el 20% de los casos de toxicidad hepática en el país del norte están ligados a suplementos herbales y dietéticos. La moda, entonces, se desparrama hacia otros países.
“La gente se deja llevar por influencers y empieza a consumir productos sin evidencia científica que venden como ‘naturales’ y hacen suponer que por ser ‘naturales’ no provocan daños, lo cual es falso”, aclara Nachman.
Personas que se inyectan en las venas fórmulas de origen desconocido. Enfermos oncológicos que abandonan el tratamiento para reemplazarlos por megadosis de vitamina C. O pacientes con trastornos alimenticios que solo consumen suplementos. Son casos cada vez más frecuentes que les toca atender a los especialistas, según el médico.
“El 80% de mis pacientes llega al consultorio ya suplementado”, advierte. “Por lo general toman magnesio creyendo que les va a mejorar dolores musculares o el descanso; omega 3; vitamina D; y otros productos, casi siempre sin ningún estudio previo que lo justifique”, cuenta.
El médico alerta sobre los peligros del consumo de estos productos sin control. “Lo peor es que se empieza a reemplazar alimentos por suplementos”, dice. “Pero lo más grave es la administración endovenosa de fórmulas de origen desconocido, sin control farmacológico ni regulación”.
“He tenido pacientes con diarreas prolongadas y déficits vitamínicos que incluso evolucionaron a encefalopatía. Por ejemplo, altas dosis de vitamina C y magnesio suelen provocar diarrea, dolor epigástrico y náuseas. Y si la diarrea se sostiene, puede producir pérdidas de minerales importantes, gastritis, úlceras, litiasis renal y anemia”.
Entre los suplementos más consumidos se destacan vitamina D y C, omega 3, magnesio y colágeno. En el universo vegetal, los de mayor riesgo hepático son cúrcuma, extracto de té verde, ashwagandha, Garcinia cambogia, levadura roja de arroz y cohosh negro. Suelen ser fórmulas de múltiples ingredientes, lo que dificulta identificar la causa exacta del daño.
“Hoy se ven góndolas enteras de suplementos sin utilidad para un organismo sano. Si una persona está sana, come variado y tiene actividad física, no necesita suplementarse. Intentar que el organismo procese más de 100 o 200 mg de vitamina C por día no brinda ningún beneficio extra. Todo esto alimenta un negocio basado en supuestas ‘carencias’ y diagnósticos sin sustento”, informa el médico.
Muchas veces, las publicidades llegan de la mano de los propios médicos, como es el caso del programa ADN Salud, como contó elDiarioAR. Allí, los médicos y especialistas bajo la conducción del nutricionista Milton Dan recomiendan una y otra vez en la Televisión Pública los suplementos de Framingham Pharma, un laboratorio que en 2021 fue imputado por la Secretaria de Comercio Interior, precisamente, por publicidad engañosa de Satial.
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El Colegio de Nutricionistas de la Provincia de Buenos Aires advierte sobre el crecimiento acelerado del consumo de suplementos. Su presidenta, Laura Salzman (matrícula 4435), señala que el boom se intensificó desde la pandemia y hoy se sostiene por “un uso masivo, sin recomendación médica, impulsado por un marketing que hace creer que, si no consumís suplementos, te falta algo”. Según la entidad, este avance desplaza la centralidad de los alimentos reales: “Se corre la importancia de comer comida, y eso nos preocupa”.
Salzman alerta que esta tendencia afecta prácticas sociales básicas. “El reemplazo de los platos por pastillitas deshumaniza, porque la alimentación es un acto cultural”, señala. Para el Colegio, la suplementación masiva consolida una medicalización de la vida cotidiana, donde rituales alimentarios y recetas familiares quedan sustituidos por nutrientes empaquetados.
En cuanto a los riesgos, la nutricionista advierte que el consumo sin control puede generar daños orgánicos. “Las personas no contabilizan lo que ya comen; si suman proteínas sin considerar la dieta, a la larga puede haber daño renal”, explica. También menciona la posibilidad de toxicidad por megadosis de vitaminas y otros productos cuyo impacto aún no está medido: “El boom es reciente y los daños suelen ser crónicos”.
La profesional señala que la desinformación sostiene esta expansión, con recomendaciones basadas en “experiencias personales” de influencers o entrenadores. En agosto, el Colegio denunció al influencer Santiago Maratea por presunto intrusismo profesional y promoción indebida de un té al que atribuía propiedades adelgazantes sin aval científico. La intención de la entidad fue la de alertar sobre la desinformación en plataformas digitales y enfatizar la importancia de la formación universitaria en nutrición.
“Hay mucha irresponsabilidad en quienes los promueven libremente; se exacerban objetivos estéticos y se instala la idea de una solución mágica”, dice. A esto se suma un control insuficiente sobre lo que contienen los productos. “Hay que verificar trazabilidad, marca y que exista indicación médica”, concluye Salzman.
El auge en el consumo de suplementos se consolidó en los últimos años como un fenómeno atravesado por cambios culturales, desconfianza hacia la medicina tradicional y una creciente influencia de contenidos de salud en redes sociales.
A partir de la pandemia, la expansión de discursos sin sustento científico reforzó la idea de que existen alternativas “más naturales” o “más seguras” que los tratamientos convencionales, lo que abrió espacio a un mercado en rápida expansión. En ese contexto, especialistas advierten que este escenario no solo modifica hábitos de consumo, sino que también instala un clima propicio para actores que capitalizan esa confusión.
“Incluso hay productos que se presentan como surgidos de investigación del Conicet, cuando en realidad son emprendimientos privados de investigadores, no estudios oficiales. Eso induce a comprar ‘milagros’”, denuncia el profesional sobre esta nueva forma de hacer dinero.
Precisamente la semana pasada un informe de Telenoche dio a conocer un caso de los llamados “criptoboys” que estafaban a sus seguidores aprovechándose de dos obsesiones de la época: la necesidad de hacer plata rápido y el furor por lo “natural”. Los jóvenes influencers vendían cursos para hacerse millonario y suplementos dietéticos para obtener energía y desintoxicarse.
“Las redes sociales contribuyeron mucho y también la desinformación. Desde la pandemia circuló mucha información falsa sobre las vacunas y la industria farmacéutica, y eso empujó a mucha gente a alejarse de la medicina convencional. Lo vemos con la movida antivacuna que llegó a Diputados con el hombre magnetizado. Y en paralelo aparecen actores que aprovechan ese clima para crear un mercado que compite con la industria farmacéutica”, explica Nachman.
Ante el aumento de contenidos de salud sin sustento científico en redes sociales, Nachman presentó un proyecto en la Legislatura para regular su difusión. La iniciativa busca reducir el impacto de recomendaciones infundadas y establecer criterios básicos de responsabilidad profesional.
“La iniciativa propone que quienes difunden contenidos de salud acrediten formación universitaria y que los profesionales usen las redes con responsabilidad, sin comercializar ni pautar publicaciones. También crea comités evaluadores para supervisar ese material, ante la difusión creciente de información sin sustento científico, incluso por parte de médicos. Mientras que en ciencia todo pasa por revisión de pares, en redes cualquiera puede publicar lo que quiera, con un impacto social significativo. Ya vemos el retorno de enfermedades que estaban erradicadas”, concluye el gastroenterólogo.