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Bajo la magistral dirección de Rubén Szuchmacher, arropado por un inmejorable equipo artístico y por un elenco en su mayoría integrado por muy afinados intérpretes, deslumbra este clásico del teatro universal.
Habría que hacer la estadística exacta, pero igualmente se puede arriesgar que Antón Chejov (1860-1904) es uno de los más queridos dramaturgos de la escena porteña, por el público, por directores, por actrices y actores. No hay temporada en la que no se lo represente en más de una oportunidad, ya sea en versiones que presumen de ser fieles o en adaptaciones más libres.
En este 2025, ya vamos al menos por cuatro versiones en el alternativo. Y acaba de presentarse con toda felicidad un quinto Chejov en el San Martín, en la Sala Casacuberta, “la redonda”, donde se desarrollan de jueves a domingo los cuatro actos –sin cortes– de esta gema absoluta que es La gaviota, obra que tanto impacto tuvo en el teatro moderno. Más allá de que en su estreno en 1896 fue abucheada, la actriz que protagonizaba se quedó sin voz y el propio Antón casi abjura para siempre del teatro. Ese fracaso se revirtió en 1898, bajo la batuta del director de escena, actor y maestro ruso Constantin Stanislavski. Sí, el creador del discutido Método o Sistema conocido por haber sido adoptado por Lee Strasberg en el Actor’s Studio neoyorquino, siendo Marlon Brando su más genial alumno.
Chejov ha sido y es mundialmente representado sobre las tablas y llevado al cine: aparte de La gaviota, se apela principalmente a Tío Vania, Las tres hermanas y El jardín de los cerezos; en versiones textuales o infieles y en adaptaciones que vagamente aluden a las obras originales. Entre incontables funciones, en este momento la Comédie Française, de París, ofrece su propia Gaviota bastante retocada y actualizada, que al parecer entusiasma más al público, que le propina interminables ovaciones, que a la crítica, más reticente.
En su breve pero intensa y fecunda vida, Chejov, amén de escribir hermosos relatos cortos y piezas maestras de teatro, es el autor de La isla de Sajalin, notas de viaje a la colonia penitenciaria en los cofines del imperio ruso, donde conoció “los límites extremos de la degradación del hombre”. Por otra parte, ejerció la medicina, profesión que agudizó su mirada sobre las contradictorias manifestaciones de la condición humana.
Según dejó escrito el propio Antón en una carta, la idea de escribir La gaviota partió de una excursión de caza que realizó con su amigo el paisajista Isaac Leviton, quien disparó sobre una perdiz que, herida en un ala, cayó sobre un charco de agua. El pintor le pidió a Chejov que la ultimara, pese a su resistencia a hacerlo. “Una bella criatura de menos, y dos cretinos volviendo a su casa”, anotó el dramaturgo. Se ha especulado que Chejov (que solía usar seudónimos referidos a aves) eligió la gaviota porque la palabra chaika era una suerte de aliteración de su apellido.
Hay coincidencia entre los chejovistas acerca de que La gaviota es una paráfrasis del Hamlet shakespeariano, con claras alusiones al Edipo Rey, de Sófocles. Ahí tenemos el teatro dentro del teatro, donde el joven Konstantin dirige su propia obra posapocalíptica que se pretende innovadora, frente a un público donde reina su madre, actriz consagrada con corazón de diva egocéntrica, junto a Trigorin su amante, escritor mediocre infatuado, mientras que el espectro del rey se ha esfumado. Pero tenemos a Nina, la actriz novata de la citada obra, que abandonará más tarde a Konstantin por el escriba trucho que la maltratará, revelando su lado más siniestro… Y ya yéndose para el lado del vodevil afligido, habrá un encadenamiento de amores contrariados, que en algunas situaciones formarán triángulos virtuales: Medvedienko ama a Masha que ama a Konstantin que ama a Nina… Y así hasta completar la ronda de personajes, todos criaturas complejas, insatisfechas, malhadadas, patéticas en algún grado, en busca de algún reconocimiento, que pasan sin solución de continuidad, como se ha señalado tantas veces, de lo profundo a lo insignificante, de lo sublime a lo ridículo. Porque esta, asimismo, es una obra musical, en cuatro movimientos.
Ruben Szuchmacher, que viene de hacer un magnífico Werther, de Massenet, en el Colón, toma en sus manos este material tan delicado y exigente para dar con las notas justas, y logra desplegarlo en sus múltiples sentidos respetando la voluntad del autor, que siempre sostuvo que sus piezas eran comedias. Y como es sabido, las buenas comedias suelen dispensar como contrapartida de las risas, situaciones que conmueven cuando menos se las esperaba. Esta transición del humor a la seriedad sucede con fluidez gracias al alto rendimiento de la mayoría del elenco que, afortunadamente, deja escuchar la voz natural, sin micrófonos que amplifiquen y distorsionen. Un placer extra provisto por actrices y actores, algunos muy jóvenes, que saben respirar, proyectar sus voces, vocalizar.
Como de costumbre en las realizaciones de Szuchmacher, se destacan las excelencias de vestuario y escenografía en perfecta concordancia, con particular admiración por el bellísimo bosque que permite entrever el telón de fondo, que va cambiando según las luces pictóricas de Gonzalo Córdova. La música y el diseño sonoro de Jorge Haro probablemente le habráin encantado a mismísimo Chejov. El diseño de movimiento de Marina Svarzman, que seguramente alcanza al accionar de los servidores de escena que hacen prolijamente los cambios de objetos escenográficos, se aúna a la integralidad de este espectáculo excepcional.
“La gaviota”, de miércoles a sábados a las 20,30, domingos a las 19,30 en la Sala Casacuberta del Teatro San Martín.
MS/MG