"Los días con ella", de Matías Scarvaci: maternidad tras las rejas

hace 5 hour 2

El documental se estrena en el Gaumont

El film sigue a una mujer de poco más de 30 años que cumple una condena de doce y a su hija, que está por cumplir 2 y nació tras los muros.

LOS DÍAS CON ELLA 7 puntos

(Argentina, 2024)

Dirección y guion: Matías Scarvaci.

Duración: 80 minutos.

Estreno en Cine Gaumont.

Junto con Diego Gachassin, el realizador Matías Scarvaci dirigió hace una década el largometraje documental Los cuerpos dóciles, donde los cineastas seguían las actividades cotidianas del abogado penalista García Kalb a partir del caso de un robo a una joyería en el cual estaban involucrados dos jóvenes. Entrevisto detrás de un vidrio, otro abogado defensor, que bien podría ser socio de Kalb, aparece en una breve escena de Los días con ella, el nuevo esfuerzo de Scarvaci en solitario, presentado hace un par de meses en el Bafici. Es un momento clave para la protagonista, una mujer de poco más de 30 años que cumple una condena de doce luego de que su pareja asesinara a un hombre durante una pelea. Alejandra no está detenida en un pabellón peligroso del penal de Ezeiza sino en el mucho más tranquilo sector para embarazadas y madres. Aithana, su hija, nació dentro de esos muros y está por cumplir 2 años, el mismo tiempo que le queda antes de que la cohabitación quede legalmente truncada.

De raíz observacional pero nunca fría ni distanciada -más bien todo lo contrario-, Los días con ella recorre los espacios comunes e individuales de ese particular universo poblado por mujeres jóvenes y sus bebés o niños pequeños. Prendida de la teta de la madre a pesar de cortar ya varios dientes, Aithana no conoce el mundo exterior, excepto por las salidas ocasionales bajo permiso y custodia. Alejandra lo sabe y no puede sino aceptarlo, pero pena. Mirando a cámara al comienzo del film y llamando al director por su nombre de pila –confirmación del grado de confianza entre sujeto y documentalista, esencial para el éxito creativo de un proyecto como este–, la protagonista comienza a compartir sus pensamientos y, sobre todo, emociones. Dice que está pagando por lo que le tocó, aunque más tarde pondrá en duda su grado de participación en el crimen por el cual fue condenada. Junto a ella, otras dos muchachas coinciden en el día a día del penal, y sus diálogos dejan en claro penurias y deseos.

Es extraño ese mundo en el cual las guardiacárceles comparten mates con las reas y sostienen en brazos a sus hijos, muy alejado del arquetipo tumbero de aquí o de cualquier otro lugar. Pero más allá de la calidez de las instancias del encierro, al menos si se las compara con la imagen mental de una cárcel y sus condiciones usuales –aquí no hay cigarrillos compartidos en el patio entre miradas recelosas sino hamacas y toboganes, y el almuerzo incluye siempre mamaderas y papillas–, resulta claro que la maternidad bajo llave dista mucho de la ideal, sobre todo por la injusta naturaleza de la crianza sin libertades. Como el documentalista Pedro Speroni en el díptico integrado por Rancho y Los Bilbao, o Gachassin en su película en solitario Pabellón 4, Scarvaci no juzga, pero tampoco cae en la piedad idealizadora: se dedica a observar y registrar como único medio posibilitador de la empatía, esa palabra abusada que ha perdido parte de su fuerza, pero que aquí se impone con todo su peso esencial.

Durante una visita familiar, el film presenta a otra hija de Alejandra, una adolescente. Es la otra cara de la misma moneda, la hija que vive afuera pero cuyo contacto con la madre se reduce a encuentros esporádicos. En medio de todo, los llamados telefónicos, único medio de contacto regular con los seres queridos. Sobre el final, la cámara sigue a madre e hija durante una salida. Será el momento de otro reencuentro, pero también el de una práctica para Aithana, a quien en breve la espera un nuevo inicio fuera del penal. Scarvaci, abogado además de realizador cinematográfico, cierra Los días con ella –título en el cual ese “ella” es absolutamente intercambiable– con la imagen pacífica de la inocencia, un momento de paz que es también el indicio de un futuro inminente.

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