24 de febrero de 2031. Alejandra no puede sacarse esa fecha de la cabeza: ese día, buen comportamiento mediante, podrá salir del penal de Ezeiza, donde paga una pena de 12 años por ser coautora de un homicidio, y reencontrarse con sus tres hijos. La más chica tiene apenas 20 meses y vive con ella en un pabellón junto a otras presas con hijos, todos de menos de 4 años. Apenas cumplan esa edad, los menores deberán mudarse con su familia al exterior, mientras sus madres cumplen el resto de la condena. El día a día de este pabellón es observado con partes iguales de tristeza y ternura en el documental Los días con ella, que se verá a partir de este jueves en varias pantallas de los Espacios INCAA de todo el país y con el que el realizador, actor y abogado Matías Scarvaci cierra una trilogía de documentales sobre el lado más humano del sistema penal argentino.
Todo comenzó en 2015 con Los cuerpos dóciles, en la que junto al realizador Diego Gachassin seguían al abogado Alfredo García Kalb durante el proceso de dos jóvenes marginales, y siguió con El libro de jueces, ya dirigido por Scarvaci en soledad y donde la cámara acompañaba a tres jueces con ideas sobre lo penal, lo jurídico y lo punitivo muy distintas a la de la mayoría de sus colegas. Fue uno de ellos quien le habló al realizador sobre las madres detenidas. “A partir de la resonancia de Los cuerpos dóciles me invitaron a formar parte de un grupo de mediación penitenciaria. Trabajé un tiempo en contexto de encierro facilitando el diálogo entre los guardiacárceles y los jóvenes que estaban detenidos. Ahí descubrí todo un universo de gente que trabaja en la Justicia de manera colaborativa y se fueron desplegando muchas posibilidades cinematográficas”, cuenta Scarvaci ante Página/12.
-¿Qué te atrajo de ese universo?
-Me pareció muy poderoso tanto en términos cinematográficos como en términos humanos, con todas las capas de sentido que tiene la situación de dar a luz en la cárcel, estar detenida junto a tu hijo y que él pase la primera infancia dentro de la cárcel. Yo tengo una experiencia personal porque me tocó visitar a mi padre en la cárcel durante mi adolescencia, así que entiendo que es una situación de mucho dolor y mucho sufrimiento que muestra la contradicción de lo humano. Cuando decimos humanizar pareciera algo positivo, pero en realidad se trata de hacerlo con lo positivo y lo negativo. La idea era interpelar un poco a las instituciones y cuestionar el sentido de Justicia en una sociedad cada vez más desigual en la que pareciera que cada vez hay menos espacio para cuestionar estas situaciones.
-Cuando filmaste Los cuerpos dóciles decías que "la idea no era hacer una radiografía de la Justicia sino ver que es un tema que tiene una tremenda humanidad". ¿Eso aplica también a Los días con ella?
-Sí, y siempre tratando de no poner en a nadie como víctima o victimario porque probablemente esas dos cosas convivan en una misma persona. Quería presentar el tema para que se pueda discutir y pensar. También se trata de derribar estereotipos entendiendo que esas personas son parte de la sociedad, no es que están afuera.
-En ese sentido, y si bien la película adopta el punto de vista de Alejandra, tampoco la presenta como una "víctima del sistema". De hecho, ella misma reconoce su participación en el delito. ¿Cómo se evita caer en maniqueísmos?
-El asunto es complejo y probablemente no haya una única solución. Yo quería discutir diferentes tipos de soluciones o, por lo menos, formas de mejorar la situación. Es muy fácil ponerla como víctima, muy didáctico, pero para mí es probable que en una misma persona convivan víctima y victimario. También traté de pensar en la víctima del delito de Alejandra y sus familiares. En El libro los jueces hay una escena donde la mamá de un chico asesinado se presenta en el juicio del homicida. La audiencia era para ver si le daban el beneficio de la salida transitoria, pero el juez se lo negó porque había llegado un mal informe desde el Servicio. La madre, que no había hablado porque lloraba, levantó la mano y dijo que le daría el beneficio porque lo conocía del barrio y lo perdonaba, y después le dio un abrazo al muchacho. Esa escena habla de la de la complejidad del asunto, de un “todos contra todos” en una sociedad cada vez más violenta. Hay que desmontar esos mecanismos para volver al diálogo.
-Si bien hay tres chicas en el pabellón, Alejandra es la protagonista. ¿Qué te interesó de ella?
-Un poco fue ella la que se interesó. Lo que más me gustó fue su energía vital. La sinopsis da una idea de película desgarradora, de algo tremendo, pero ella le pone mucha vitalidad, mucho color. Eso es lo que comentan las mujeres que pasa cuando llega un niño: en general es todo gris y los nenes aportan color. Muchas no quieren que sus hijos vivan ahí y piensan darlos, pero cuando nacen se forma un vínculo muy fuerte porque es algo muy propio, casi lo único propio que tienen adentro.
-Otro concepto clave de tus películas es la empatía…
-Sí, totalmente, es clave desde el saludo al conocernos. Un poco es eso: ¿por qué Alejandra? Por la empatía, porque tiene que haber confianza y tranquilidad para un vínculo cercano y de comodidad. Se trata de que yo esté tranquilo y ellas también. La empatía se refleja en que después no se vea la cámara y parezca observacional, en derribar los ritos más formales de lo que es un rodaje y asentarme en el vínculo.
-Más allá de una entrevista a cámara del principio, la película replica el estilo de los documentales de observación. ¿Qué te permite ese tipo de registro?
-Una invisibilidad de la cámara y una actuación muy genuina y verosímil, porque no hay ninguna actriz que pueda actuar lo que actúa Alejandro en la película. Está bien, no está actuando, pero es una discusión eterna. A Alfredo de Los cuerpos dóciles le dieron el premio a Mejor Actor en el Festival de Bariloche, y el director Fernando Spiner dio una justificación de por qué le daban ese premio a alguien que no era actor y no estaba actuando. En ese sentido digo que no hay otra actriz que pueda actuar lo que actúa Alejandra.
-¿Fue difícil filmar en la cárcel?
-Creo que ahora es casi imposible, que se cortaron todos los permisos. A mí me costó mucho, ya casi estaba cortándose todo y fui uno de los últimos que habilitaron. Quería filmar en La Plata pero no conseguí los permisos, así que terminé filmando en Ezeiza. Obviamente, tuve que acoplarme a la burocracia y aceptar las arbitrariedades del lugar de detención. Fue transar todo el tiempo cuándo se podía filmar y cuándo no. También hubo veces en las que las chicas no tenían ganas o no estaban en condiciones por cuestiones anímicas. La película se fue armando con todas esas dificultades a lo largo de ocho meses, pero conviví mucho tiempo ahí adentro. Fue la película con la que más tiempo estuve.
-¿Por qué creés que desde la ficción se construye un ideario mucho más sórdido y peligroso de la cárcel?
-Porque es más fácil y efectista. Tiene que ver con una construcción cultural medio yanqui, con un tipo de registro y de producto más popular y comercial. Eso nos jugó mucho en contra. Creo que es más una excusa que un argumento, pero una de las cosas por las que nos denegaron los permisos era que El marginal había generado una imagen negativa del servicio penitenciario y de los lugares de detención. Mi registro va por otro lado.