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El histrionismo de Guillermo Moreno es tan alto que uno no sabe si está inventando una historia para ejemplificar su pensamiento político o si efectivamente sucedió lo que narra y solo lo está contando con su gracia particular.
De arranque dejó el título cuando adelantó que lo “habían invitado a comer a un restaurante de la Argentina blanca”, para dar rienda suelta a su relato.
«Me invitaron a almorzar a un restaurante de la Argentina blanca. Esos que inventaron que el resto son cabecitas, salvo ellos».
«Miraron todos porque ‘uh, entró Moreno’. Algunas mesas se levantaron para saludar. Uno muy importante de su sector me dijo que está por cerrar la fábrica. Le dije, ‘no seas pavote, tomá mi teléfono y antes de cerrar, hablemos’. Estamos hablando de miles de trabajadores».
«Todos miraban con cara de decir qué hacemos. Los que están muy mal vinieron. Y otros diciendo que estamos bien y se está construyendo mucho y vendiendo cantidad de autos en esa zona».
«Se venden autos porque un gerente debe estar en USD 25.000 mensuales. Pocas veces el tipo ese se ganó un auto bueno por mes de sueldo. En cuatro meses se compra un auto ahorrando USD 5.000. Es la mejor manera de dolarizar sus ahorros comprarse un auto importado hoy. Nunca ganó tanto en dólares, nunca estuvo tan barato en dólares un auto que es una nave».
«En esa zona que ganan esa plata es natural que pase, pero están haciendo pedazos el aparato productivo. Están con un desorden la Argentina blanca pensando que la Argentina blanca es la Argentina».
«Esa zona funciona desde los servicios, no desde la producción. La producción ya van dos empresas que conozco de primer nivel que se habían jubilado los que mandaban y los volvieron a llamar porque no caminan. Una es esa que hace caramelos».
«Cuando nos fuimos vinieron los mozos, los trabajadores y me dijeron que yo era el único peronista ahí de todas las mesas».