Recital de Massacre en C Art Media 

hace 10 hour 1

“Un periodista dijo que lo mejor del Quilmes Rock fueron Juana Molina y Massacre”, manifestó orgulloso Walas antes de desenfundar la canción “El deseo”, en la noche del viernes en la sala C Art Media. Y luego de lo que mostró la banda en el predio de Chacarita, no hay duda de que esa performance consumada en el festival seguirá rankeando bien alto. A contramano de las expectativas que generó esta escala de su gira “Viaje astral 2+0+2+5”, que coincidió con la salida de su último disco de estudio, Nueve (lo que motivó la concomitancia numérica), este bastión del rock alternativo argentino expuso una versión desdibujada de sí mismo. Era como una especie de torrente sanguíneo en el que el flujo carecía de potencia, por lo que no podía irrigar por igual a todos los órganos.

Por momentos, y por más que la cosa parecía sincronizada, la sensación que emanó fue que el frontman hilvanaba un relato, y sus compañeros otro. Algo parecido a una dimensión paralela. Lo que es toda una rareza, porque si algo le sale muy fácil al quinteto es la actuación en vivo, al punto de que no necesitan esforzarse mucho para lograr un montón. Gracias a esa combinación de carisma de su líder y afinada ejecución de los músicos, lo que decanta siempre en el vértigo sonoro y la comunión contracultural, el grupo que en 2026 abrazará las cuatro décadas de trayectoria ininterrumpida se hizo un espacio atractivo entre toda la oferta recitalera local. Un show suyo nunca falla. No es que lo hayan hecho en esta ocasión, pero sí llegaron a trastabillar.

El primer obstáculo fue la calidad de audio. Al principio de todo, cuando el set list arrancó con “Majestal”, los que estaban adelante se quejaban por lo fuerte que sonaba, en tanto que atrás se escuchaba muy bajito. Hubo quienes se sintieron desanimados e impotentes frente a la circunstancia, lo que los llevó a tomar lo que estaba pasando como banda de sonido para la charla entre amigos. Y los que por esa zona cantaban emocionados clásicos del tamaño de “Plan B: anhelo de satisfacción”, que había secundado a “Te arrepiento”, completando así la terna inicial de canciones, apelaron a la efectividad emocional a la que invitan la melodía y el estribillo. Hubo un tercer segmento de público, que tanteó diferentes ángulos del lugar hasta conseguir alguno que le satisfizo.

Otro ítem que no pasó desapercibido fue el armado de la lista de temas. No había pasado la primera mitad del show, y el grupo desenvainó no sólo “Plan B”, sino también varios himnos suyos, entre los que estuvo “Te leo al revés”. En ese sentido, a Massacre le sienta perfecto sostener los modales clásicos del rock, esos que versan que en los recitales los temas fundamentales quedan para la última parte. Tal como lo hicieron en el estadio Obras el año pasado, en la presentación oficial de Nueve. Eso mermó el impacto de las canciones del más reciente disco, que este año se alzó en los Premios Gardel en el rubro “Mejor álbum grupo de rock”, pero aún en proceso de asimilación por parte de sus fans. Justamente por el semblante psicodélico de sus canciones, tal fue el caso de “Ella va”, que cortó con el pulso skate previo.

A la espasmódica “A Jerry García” le sucedió “Querida Eugenia”, cuya estética se yergue como una oda al Swinging London. Acto seguido, Walas advirtió: “Vamos a flashear con una que tiene un ritmo rápido. Pertenece al álbum Biblia-Ovni”, lo que sirvió para presentar “Si quieren, pueden volar”. A continuación, el cantante anunció: “Nos vamos al álbum Nueve, y volvemos al desierto”, para luego hacer “La cita”. Ése también fue el segmento de la perorata política, cuando el frontman afirmó que continúa siendo anarcopunk y le mandó saludos a “Javier Miau”. Aunque en la antesala indicó: “Esto es para zurdos y fachos, para kukas y libertarios. Massacre es compra, venta y canje”, abreboca para el indispensable “Te leo al revés”.

Al momento de tocar “Riesgo” (o sea, promediando la mitad del show), Massacre se escuchaba atrás mejor que al principio. Entonces irrumpió “La octava maravilla”, reducto Seattle en su obra. Continuaron con ese clima templado oceánico de la mano de “Sofía, la súper vedette, “La máquina del tiempo” y “Tanto amor”, que tuvo a Sergio Rotman de invitado en el saxo. Sin embargo, un rato antes, esta vez con guitarra en mano y como voz cantante, el Cadillac se encargó de la apertura de la fecha con su proyecto solista. Y se fue ovacionado. Si bien una de sus influencias es Madness, no estuvo en el instante en que Walas mechó “It Must Be Love” dentro de “Medusa lunar”. Sucedió tras asomar su vena indie en “Insomnio”, partícipe del álbum “Nueve”.

Una vez que hicieron la britpopera “Ana”, el quinteto pegó el volantazo hacia una instancia más onírica, aferrada a “Juicio al bailarín”, “Seguro es mi culpa” y la orwelliana “1984”, devenido en clímax de ese tramo y llamado de atención de que el show se encontraba en las postrimerías. Rodeado por sus inseparables muñecos, que, amén de tornarse en un folklore del grupo, se mimetizaron con el cuerpo escénico, el cantante había hecho todos los deberes en escena. Lo que incluyó igualmente mimos para el quinteto que comanda y notificaciones de sus últimos aciertos, así como información adicional sobre su último disco y acerca de la gira “Viaje astral 2+0+2+5”, que levantó velas en Tucumán el pasado 4 de abril. No obstante, a manera de dato, el frontman adelantó en redes sociales que renovó el megáfono para “distorsionar la voz”.

Pese a que Walas presentó a la banda al principio del recital como “Massacre Palestina” (hubo fans con remeras alusivas al país árabe y hasta con camperas del club de fútbol chileno Palestino), no se refirió a la guerra que atraviesa ese pueblo. De todas formas, lo mejor quedó para el bis. Y es que largaron con “Sembrar, sembrar”, mano a mano entre hardcore y grunge; y eso vino bien para allanarle el camino a un clásico de larga data: “Nuevo día”, desatando la vehemencia en ese Art Media desbordado de público. Hubo tiempo para más distorsiones con la mid tempo “Tres paredes”, y se despidieron con el seminal post punk “Diferentes maneras”, poniendo en jaque, por más que el viento no haya soplado a favor, esa teoría de Stravisnky de que la música, por su propia naturaleza, es esencialmente incapaz de expresar nada en absoluto. 

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