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“Ahora que el post punk volvió a estar de moda, le diría a los pibes: ‘Si te gusta Buenos Vampiros, escuchate este disco de post punk del Conurbano bonaerense’”, espeta Adrián Paoletti. Antes de consagrarse como uno de los juglares más visuales, emocionantes y oscuros del indie argentino (cualidades que deslumbraron a Gustavo Cerati, al punto de que lo convocó para que pusiera su talento compositivo al servicio de su disco Fuerza natural), el artista integró Copiloto Pilato. Se trató de una de las bandas más inclasificables que dejó el Nuevo Rock Argentino, escena que en los años 90 cobijó a otros proyectos grupales de la zona sur del Gran Buenos Aires. Sin pretenderlo, y sin pecar de hiperbolista, ese pedazo de terruño fue el equivalente local del Madchester inglés.
Casi en simultáneo al debut discográfico de Los Brujos, Babasónicos, Juana La Loca, El Otro Yo y Peligrosos Gorriones, Copiloto Pilato publicó en 1992 su único álbum: La misma tierra. “Yo tenía 23 años. Todos éramos pibes jóvenes”, evoca quien fuera líder del cuarteto. “Es un disco que está bien. Resistió al paso del tiempo. Quedó ahí olvidado, y ahora resurgió”. Tras volver a ver la luz en marzo en las plataformas digitales de música, a comienzos de este mes apareció una edición limitada en vinilo de esa producción, que será presentada este viernes 16 de agosto en Strummer Bar (Godoy Cruz 1631), a las 19. Aunque sus integrantes serán de la partida, el grupo está disuelto. Es por eso que solistas y bandas como Ok Pirámides, Santi Rial, Migue Castro, Gori y Melba con Fabio Rey recrearán esos temas.
“En su momento, La misma tierra tuvo muy buena crítica de parte de la prensa. Y los colegas también nos hablaban muy bien de ese material”, recuerda el cantante, compositor y músico sobre un repertorio que lindó con la intención estética y poética de Los Pillos y Don Cornelio y la Zona. “El disco salió por un sellito. Los socios se pelearon y quedó en la nada. Más tarde, grabamos un demo de lo que sería el segundo disco. Lo llamamos el Demo patrio. Lo grabamos en un equipo valvular, y, como era una fecha patria, a las 12 sonó el himno. Eso quedó registrado junto a las 4 o 5 canciones que hicimos. Sin embargo, la idea de sacar esto vino de un sello suizo (Zorn Records reeditó asimismo a Las Violetas, Aguirre, Virus y Ok Pirámides) que lleva un pibe de Banfield”.
En principio, se pusieron en contacto con Diego “Tornillo” Fernández, bajista de Copiloto Pilato, e hicieron la propuesta (a manera de antecedente de este rescate, en 2015 se estrenó el documental Agua en mis bolsillos, realizado por Claudio Agosto y disponible en YouTube). “Eso surgió en noviembre del año pasado. Si bien aún no tengo el vinilo, me lo mostraron. La edición es un lujo, recuidada, doble”, describe el músico, quien, a partir de esto, retomó el contacto con sus ex compañeros. “Además de Tornillo, hablé el otro día con el baterista (Fernando Ordóñez) como dos horas. El viernes nos veremos todos”. A pesar de que la reedición fue motivo de alegría, el montegrandense subraya que la banda sigue siendo parte de su pasado. “Luego de Copiloto, grabé siete discos más. A eso me dedico actualmente”, dice.
Mientras disfruta de la reivindicación de La misma tierra, desde junio pasado Paoletti comenzó a compartir los temas que constituirán su próximo álbum solista, Filosofía de series de televisión. “Los discos me cierran cuando tengo un título y una lógica. Ahí les doy un orden y un concepto”, revela el cantautor de 56 años. “De hecho, la canción que titula a este trabajo tiene muchas cosas de series de televisión, al igual que la lógica de los capítulos. Fue el primero de los tres simples que saqué. El resto de las siete canciones aparecerán el primer viernes de septiembre. Si bien pasaron siete años de mi último disco, lo que diferencia a éste de los otros es que comencé a hacerlo en pandemia. Pero, en general, el proceso siempre es el mismo: de forma artesanal, en casa y con mis amigos”.
Aunque las cosas cambiaron, el artista no extraña los viejos tiempos. Tampoco ve tanta distinción. “Antes mandaba a fabricar el CD, iba a la imprenta a buscar las tapitas, llevaba las copias a las disquerías, y repartía yo mismo en los diarios el ejemplar y la gacetilla”, rememora quien saldrá a defender Filosofía de series de televisión, junto a su banda Los Impares, el martes 10 de septiembre en el Centro Cultural Rojas (Av. Corrientes 2038), a las 21. “En esa época tenía dos trabajos. Había publicado En la ruta del árbol (1998), y me re comí la película de que era un disco doble a lo Pink Floyd. Cuando terminaba, iba a casa de Gonzalo Córdoba (el ex Suárez sigue siendo su consecuente violero), y se sumaban un par de amigos más. Hoy no es distinto. Somos seis, y en cada ensayo la pasamos bomba y nos cagamos de risa”.
Amén del single que dio nombre a este séptimo álbum, grabado en cuatro estudios diferentes, ya se pueden escuchar “Barba de pasto” y “Corderoy”: fabuloso cruce entre folk barroco y psicodelia fantasmagórica, en cuya letra Paoletti vuelve a hacer alarde de su temple compositivo. Apelando a la dialéctica entre naturaleza y movimiento, presente a lo largo y ancho de su obra. “Es un preferido otoñal”, retrata. “En casa tengo un fondo de verde, algo parecido a la inmensidad. Se escuchan los grillos y las ardillas. Estoy en un barrio de casitas re tranqui. Vivo en una ciudad muy arbolada. Capaz todo eso fue lo que inspiró ‘Corderoy’ (la tapa de los tres cortes promocionales los hizo su hijo, de 22 años). Nací en Monte Grande, trabajo en Monte Grande y sigo en Monte Grande. Estoy cómodo”.
A esta altura de su carrera, el objetivo de este
prócer de la canción, la autogestión y la estética indie es simple: pasárselo
bien. “Es algo que hablo con los chicos de la banda”, asienta. “Soy músico de
medio tiempo, lo que hace todo más lento. Empecé a los 12 años con una guitarra
criolla, y luego tuve bandas. Estudié comunicación social, pero me recibí de
abogado. Si algo me sale más o menos bien es hacer canciones. Lo demás lo hice
para tener una comodidad mínima. Hay un libro de Fernando Savater que se llama El jardín
de las dudas. Es una novela epistolar que dice que el problema de los artistas
es que quieren ganar plata con su oficio. Está bueno ganar plata con otra cosa,
para hacer arte. Con algo, uno más o menos se resuelve. Pero ahora la aspiración
es vivir en country y tener una Hilux. Es el sueño de la clase media argentina”.