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“En cualquier momento, el jarrón de Guillote (Cóppola) es nombrado ‘ministro’ de algo”, se leía por ahí cuando Mariano Cúneo Libarona fue designado al frente de la cartera de Justicia el año pasado. Y también: “Es como si nuestros hijos viesen dentro de 30 años a Fernando Burlando al frente de Justicia”.
Aquel remoto jarrón, la vieja causa montada por el juez Bernasconi, la guerra silenciosa entre Carlos Menem y Eduardo Duhalde, la bolsa con medio kilo de cocaína, son un signo de ese tiempo. Mauro Viale, las parodias en Videomatch y los primeros mediáticos: un debutante Jacobo Winograd. Samantha y Natalia, que se agarraban de los pelos en cámara y se acusaban mutuamente de “acostarse por dinero” y de tener enfermedades de transmisión sexual. Y el mismo Mariano Cúneo Libarona, a quien hasta Coppola lo terminó echando por escandaloso. De nuevo Cúneo, en aquel entonces en la tapa de Gente, yéndose de vacaciones con Samantha Farjat a Brasil y, enseguida, sus declaraciones a Página/12: “¡Ni loco me caso con Samantha! Ahora espero el perdón de mi mujer”.
Desde la resucitación de la estirpe de Cavallo hasta Amalia “Yuyito” González: el mileísmo se supera día a día en su objetivo de repetir los 90 como farsa, mientras por bambalinas avanza con el plan de desguace. El núcleo duro libertario y sus alrededores reafirman su lazo tribal cada vez que ocurren escenas como la que esta semana protagonizó Cúneo Libarona en el Congreso. Sí, “Cuneo, el sucio”, a pesar de todo su historial (¡o precisamente por él!) se mostró como adalid de los valores de las familias de bien y como la gente.
Con odio, con ignorancia y con una mirada a contramano, mal que le pese, lo que Cúneo Libarona dijo y su figura en sí, son inseparables de los comienzos de la farandulización de la política y la justicia. Y también de una muerte sin respuestas concluyentes, la de Lourdes Di Natale.
A fines de septiembre de 1998, Di Natale denunció delitos que habría cometido su ex jefe, Emir Yoma, cuñado de Carlos Menem y encargado de cobrar y repartir comisiones y retornos. Lourdes, entonces de 39 años, había trabajado como secretaria privada de Menem, aun antes de que éste asumiera la Presidencia y luego, durante más de seis años, había sido secretaria de Yoma, a quien siempre llamó “Jefe” (eso significa “emir” en árabe).
Di Natale fue testigo en la causa por contrabando de armas a Ecuador y Croacia: por sus declaraciones, tanto el expresidente como Yoma estuvieron brevemente presos. Y en marzo de 2003 murió al caer de un décimo piso. Según la versión policial, fue un accidente. Y se habló también de suicidio. Pero la justicia investigó en varias oportunidades la hipótesis de un homicidio.
Lourdes estaba en el epicentro de las privatizaciones y negociados menemistas como secretaria de Emir Yoma. Llevaba las agendas y los registros de las reuniones en la Casa Rosada, quién lo visitaba, o si iba gente vinculada a los delitos que se empezaron a investigar después del contrabando de armas. Aportó pruebas de delitos entre los cuales, según decía, había participado el padre de su hija y abogado de Emir, Cúneo Libarona.
El 1 de marzo de 2003, cerca de las 20 horas, un vecino del edificio donde vivía Lourdes encontró el cuerpo en un patio interior. Di Natale había dicho a la justicia en 1998 el papel de Emir Yoma en el tráfico de armas. Cuando apareció muerta estaba por declarar como testigo en la causa por la explosión de la fábrica militar de Río Tercero. Por estos motivos, su muerte generó una gran conmoción política. Desde sectores cercanos al menemismo empezaron a circular versiones acerca de “cierta fragilidad en la salud mental de Di Natale”: que le habían quitado la custodia de la hija que había tenido con Cuneo Libarona y que eso la había vuelto loca.
En su entorno, sin embargo, decían que era imposible que se hubiera suicidado. Se hablaba también de la posibilidad de un accidente. Decían que Lourdes vivía en conflicto con sus vecinos y que aquel día había intentado cortar un cable de televisión que pasaba cerca de su ventana y que se había caído en el intento.
Pero las pruebas apuntaban en otro sentido. Los investigadores encontraron que el departamento de Di Natale estaba hecho un caos. Faltaba su teléfono celular y una de las puertas estaba entreabierta, cerraba mal. Constataron además que el cable que Di Natale supuestamente había intentado cortar estaba en verdad a una gran distancia del departamento. Esta mujer, que medía un metro y medio, tendría que haber tenido brazos de dos metros de largo. Otro elemento a considerar, según declaró ante la jueza el padre de Di Natale, es que durante el tiempo que vivieron juntos, Lourdes hizo once denuncias contra Cúneo Libarona por violencia en la Comisaría 19ª. Y luego, ya separados, también por incumplimiento del pago de la cuota alimentaria.
Los investigadores reconstruyeron el momento de su muerte. Fabricaron un muñeco de su tamaño y con su peso, lo llevaron al departamento y lo arrojaron varias veces por la ventana. El muñeco nunca cayó en el mismo lugar en el que había sido encontrado el cuerpo. Probaron otra cosa: agarraron el muñeco entre dos hombres y lo volvieron a tirar desde la ventana. Entonces sí, el muñeco cayó en el lugar exacto en el que Lourdes había sido encontrada. Aun así, la causa se orientó hacia el suicidio y se archivó.
En 2015 la Corte Suprema reabrió el caso y citó a declarar a Agustina Cuneo Libarona, la hija de Lourdes con el actual ministro. La joven contó que su mamá vivía amenazada. Ella solo tenía 10 años en 2003 pero tenía recuerdos de vivir rodeada de custodios. Y dijo: “Para mí esto se trató de un asesinato”. Sin embargo la causa volvió a ser archivada.
En cada entrevista que daba, desde la tapa de la revista Noticias hasta la conversación con Mariano Grondona en Hora clave, Di Natale había dicho que tenía miedo de ser asesinada.
El componente de odio de género no estaba en la agenda de la sociedad en la que ocurrió esa muerte. Tampoco se hablaba de femicidio ni de feminicidio. Este último enfatiza en la impunidad y la inacción estatal de la justicia y de las políticas públicas, para que estos crímenes se reduzcan.
Cúneo Libarona se presentó esta semana ante la Comisión de Mujeres y Diversidad de la Cámara de Diputados para justificar el cierre del Ministerio que abordaba transversalmente las cuestiones de género. Lo hace con declaraciones contrarias al marco normativo nacional e internacional. Buscaba, y consiguió, alto impacto mediático. Enfervorizó a los propios. Y reforzó anteojeras en clave de batalla cultural que vienen funcionando para abstraerse del deterioro de las condiciones de vida de la mayoría de la población.
La estética y los personajes de los 90 vuelven como el deja vu de un talk show de antaño, como un fetiche o un entretenimiento mientras ocurre el saqueo. Y el Ministro de Justicia es un homenaje en vida a aquellos tiempos en varios sentidos. Al decir que "la violencia debe ser castigada sin importar el género del destinatario", vuelve a una idea a la que se aferra por convicción, para hacer olas o, incluso, en defensa propia.