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Hablar con Cyndi Lauper es, imagino, como hacer un viaje por carretera con Cyndi Lauper. No mantiene el rumbo, se distrae con facilidad e insiste en los desvíos. Al final llegarás a tu destino, pero para entonces el coche estará hecho un desastre: el techo solar roto, los neumáticos pinchados y escombros por todas partes. "¿Te he respondido a algo o sólo estaba divagando?", pregunta esta mujer de 71 años al final de una larga excursión en la que habla de la jubilación, de Robbie Williams, de la organización comunitaria en la Suiza del siglo XVI y de lo increíble que es seguir siendo amiga de una mujer llamada Francine Petrella, a la que conoce desde que estaban juntas en cuarto de primaria. No, esperá, en décimo.
Supongo que es increíble. Pero, ¿se podía esperar menos de Lauper, una estrella del pop que siempre ha parecido -incluso en su estilo vodevilesco, colorido como el arco iris, de "bicho raro de la clase de arte"- benditamente terrenal, con su corazón siempre a flor de piel y el aura inconfundible de una amable desconocida o hada madrina? "Desde el principio, todos los que venían a verme actuar eran personas que estaban un poco tristes", dice riendo, con un acento de Queens (Nueva York) tan marcado que deforma las palabras "un poco" y "triste". "Eran personas que necesitaban a alguien con quien hablar, que necesitaban un lugar al que ir y dejar ondear su bandera freak".
Los mayores éxitos de Lauper son compasivos y rebeldes, con enormes estribillos y chispa plástica, como si se les hubiera inyectado edulcorante artificial. La estruendosa "I Drove All Night". El dulce queso de "The Goonies 'R' Good Enough". Sus titánicas baladas "Time After Time" y "True Colors" son tan silenciosas y tiernas en su intimidad que es como si Lauper te cantara a vos y sólo a vos. Y luego está, claro, "Girls Just Want to Have Fun", la primera canción de su álbum de debut She's So Unusual (1983), que vendió varios discos de platino. Sigue siendo un golpe maestro intergeneracional: brillante, esperanzador, un parque de diversiones.
Es un efecto que Lauper espera repetir en la etapa británica e irlandesa de su gira de despedida, que comenzó en Glasgow el 8 de febrero y seguirá hasta mediados de año. Desde su casa de Nueva York -sin cámara, porque es "muy temprano y no quiero asustarlos", dice-, Lauper se apresura a hacer algunas advertencias. Sí, es una despedida, pero sólo de un tipo específico de gigantesca gira de conciertos con todas las campanas y silbatos asociados. "¿El espectáculo que hago ahora? Puedo hacerlo", dice. "Pero tengo 71 años, así que no sé cómo estaré dentro de cuatro o cinco años". Además, se encuentra en una fase avanzada para llevar a Broadway un musical basado en la comedia de Melanie Griffith Secretaria ejecutiva (anteriormente escribió la música y la letra del gran éxito Kinky Boots). El día tiene un límite de tiempo.
Los últimos acontecimientos la han empujado aún más, agrega. Hablamos unos días después de la toma de posesión de Donald Trump, y Lauper no está muy animada. "Ya no puedo ver las noticias", suspira. "Pero escuchá, este es nuestro nuevo presidente. La gente que votó por él y la gente que no votó por él, todos contamos con que lo haga mejor." Lauper no habla con rabia, sino con abatimiento. "Fue un poco descorazonador ver al tipo hacer el signo de 'heil Hitler'", dice, en referencia al gesto que hizo Elon Musk en la toma de posesión y que no ha negado que fuera un saludo nazi. "Especialmente cuando mi padre y mi abuelo lucharon tanto contra el fascismo en este país. Pero, ya sabés, América votó, y yo sí creo en el sistema, así que...". Se detiene. "Escuchá, es un poco raro en todo el mundo en este momento. Sólo quiero hacer espectáculos que unan a la gente".
Lauper llevó su gira a Florida -territorio por excelencia de Trump- un día después de las elecciones estadounidenses de noviembre, y pensó que había algo casi utópico en ello. "El espectáculo les dio esperanza y los hizo felices", dice. "Todo el mundo se disfrazó, porque es un lugar seguro, ¿no? Era alegre, y todos bailábamos juntos. Y todos somos estadounidenses, ¿sabés? Podés dividirte como quieras, pero todos somos de padres inmigrantes, a menos que seas nativo americano y te hayan jodido, o que a tus tatarabuelos los secuestraran de África, ¿sabés? Pero, en resumidas cuentas, somos estadounidenses, somos una mezcla de todo, y eso es lo que hay".
Lauper vende pelucas de colores en cada parada de su gira -inspiradas en la variedad de tonos que ha adoptado a lo largo de los años- y los beneficios se destinan a su fundación Girls Just Want to Have Fundamental Rights, que ayuda a financiar organizaciones que proporcionan acceso a servicios de aborto y salud reproductiva en todo el mundo. Así es Lauper desde hace mucho tiempo. En la cúspide de su éxito comercial, en los años ochenta, utilizó su plataforma para hablar de la epidemia de sida en desarrollo, a pesar de que era arriesgado desde el punto de vista profesional. Dejó claro, por ejemplo, que "True Colors" la había cantado en homenaje a uno de sus mejores amigos, Gregory Natal, que había muerto de la enfermedad. "No me di cuenta de que eso iba a suponer un obstáculo para que los patrocinadores financiaran una gira porque estaba hablando del sida", dice. "Pero no me importaba, porque lo más importante era hablar de ello. Esta es la cuestión: si podés ayudar, tenés que hacerlo".
A menudo se pasa por alto lo subversiva que se la consideraba entonces. No, no se retorcía en paños menores en MTV como Madonna o, bueno, no se retorcía en paños menores en la MTV como Prince, pero sí traspasaba límites, provocaba bestias y suscitaba debates. Su vestuario se inspiraba en los años que pasó en el centro de Nueva York entre punks y artistas (y en su primera banda de rock, el grupo de new wave Blue Angel). Estaba lleno de faldas locas, joyas gruesas, cinturones, tirantes y estampados chocantes, y los jefes de las discográficas a menudo la encontraban desconcertante. También criticaba a menudo a la Iglesia Católica en la prensa, ya que había sido testigo de misoginia y abusos durante sus primeros años de educación. "Fui a un colegio de monjas y vi a gente comportarse muy mal, gente a la que nunca se le debería haber permitido estar cerca de niños", recuerda. "El colegio se llamaba San Vicente de Paúl, y yo siempre decía que debería haberse llamado San Vicente del Horror, porque él se habría horrorizado de verdad si hubiera visto esa mierda".
Y aunque su música inicial tenía el brillo del synthpop que definió los mayores éxitos de los ochenta, Lauper era orgullosamente feminista y no temía cantar sobre sexo. Un tema en particular, el atrevido "She Bop" de 1984, se incluyó incluso en la infame "Filthy 15", una lista de canciones identificadas por el conservador Parents Music Resource Center de Estados Unidos como ejemplos de música sexualmente explícita que envenenaba los oídos de los jóvenes. "Sugar Walls", de Sheena Easton, y "Let Me Put My Love Into You", de AC/DC, figuraban entre las demás.
"Me impactó mucho", recuerda Lauper. "La escribí con un tipo, Steve Lund, que me llamó un día y me dijo: 'Tenés que escribir una canción sobre la masturbación femenina', y yo dije: '¡Vaya, OK!' Y lo hicimos, pero quería asegurarme de que no fuera obvia: que los adultos supieran de qué iba y se rieran, pero que los niños pensaran que era sobre bailar". El tema resultante es muy atrevido, con referencias deliberadamente ambiguas al llamado "she-bopping" y a Lauper, a la que se ordena que deje de bailar o se arriesga a quedarse ciega. "No creía que fuera tan malo, ni tan desagradable. Pero de repente se volvió una locura".
Su discográfica no se preocupó, creyendo que a la larga sólo ayudaría a las ventas del álbum, y la propia Lauper se lo tomó con calma. "Nadie hablaba de cosas así", dice. "Me parece interesante hablar de cosas de las que la gente no quiere hablar".
Quizá por eso la carrera de Lauper ha sido tan irregular: nunca ha sido de las que hacen lo que le mandan, ni de las que se quedan quietas demasiado tiempo. She's So Unusual sigue siendo su único álbum de éxito comercial puro, gracias no sólo a su deslumbrante lista de canciones ("When You Were Mine", escrita por Prince, es una especie de clásico perdido de los ochenta, mientras que "Money Changes Everything", un himno soft-rock, recuerda al Bruce Springsteen más clásico), sino también al momento en que se publicó. La MTV se había puesto en marcha sólo dos años antes, lo visual era el rey, y la explosión extravagante y disfrazada de Lauper parecía haber nacido para ello.
Pero, tal y como ella lo cuenta, la superfama fue un poco un lastre. "Asustaba a mucha gente, y los ejecutivos no entendían que yo quisiera vivir la vida de un artista", dice. "Siempre tenía que ir a esas cosas de empresa, y no podía vivir en esa jerarquía. Fue una época dura. Yo era radical y quería vivir radicalmente. Quería expresar mi arte y vivirlo". Se ríe. "Probablemente tardé demasiado en darme cuenta de que no tenía filtro. Estaba en esas cenas con gente que hablaba de negocios, y si decían algo con lo que yo no estaba de acuerdo, les echaba la bronca, y todo el mundo escupía su comida como si yo hubiera hecho algo horrible, ¿sabés?".
Los discos que siguieron a She's So Unusual -True Colors, de 1986, y A Night to Remember, de 1989- no consiguieron igualar su éxito en los rankings, y la atención de las discográficas se fue agotando a medida que ella insistía en adoptar un enfoque más vanguardista y político en su trabajo. "Siempre me preocupé por no hacer música de usar y tirar. Quería hacer música que tuviera valor y aportara luz en la oscuridad". A lo largo de sus nueve álbumes de estudio -con desvíos hacia la actuación y el teatro musical- ha hecho más o menos de todo. R&B. Electro-pop. Rock alternativo. Country. Música navideña. "También hice indie durante un tiempo", dice. "Era el año 2000, y 'Cyndi se hizo indie', y luego la compañía quebró. Pero yo tenía el espíritu independiente dentro; recuerdo que puse fotos de Rosie la Remachadora (N. de la R.: el famoso icono de la mujer trabajadora de fábricas en Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial con la frase "We Can Do It!") por todo mi pequeño estudio de grabación, diciéndome que podía hacerlo."
Se acuerda de sus primeros días en Epic Records, donde se esperaba de ella que fuera una flexible sensación del pop con una voz que sólo se oía en la cabina de grabación. "No se daban cuenta de quién era yo", dice. "Que quemé mi corpiño de entrenamiento en la primera manifestación de mujeres para la que estuve viva en 1968. Y así he sido desde entonces".
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.