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El 6 de agosto comenzó la ofensiva ucraniana a través del territorio ruso de Kursk, una operación militar que, si bien tiene una eficacia limitada, posee en cambio una importancia política sustancial.
El objetivo de fondo es golpear a Rusia, infligiendo una inmensa humillación al gobierno de Vladimir Putin y una demostración efectiva de que ni Ucrania, ni mucho menos la OTAN, tienen “líneas rojas” en su actual escalada bélica.
En este sentido, los gobiernos de la alianza atlántica habían expresado en un inicio que el enfrentamiento contra Rusia tenía sus límites. Así, el armamento entregado a Ucrania no podía usarse dentro del territorio ruso por temor a una escalada.
En mayo de 2022, a poco más de tres meses de iniciada la guerra, el presidente Joe Biden declaró que “No estamos alentando ni permitiendo que Ucrania ataque más allá de sus fronteras”, así como en septiembre afirmó que: “No vamos a enviar a Ucrania sistemas de misiles que ataquen a Rusia”.
Sin embargo, hoy los aliados de Volodímir Zelenski están incentivando al gobierno ucraniano para que profundice su incursión militar. Desde Bruselas, la opinión de Peter Stano, portavoz del Alto Representante de la Unión Europea y Vicepresidente de la Comisión Europea no dejó lugar a ambigüedades: “Ucrania tiene derecho a atacar al enemigo donde sea necesario en su propio territorio, pero también en el territorio del enemigo”.
Las potencias de la OTAN no han querido asumir ninguna responsabilidad en esta acción bélica y, por el contrario, han intentado que todo el reconocimiento recaiga en el gobierno y las fuerzas militares ucranianas. La verdad sería muy distinta.
El ataque se produjo un mes después de la última cumbre de la OTAN en Washington, en la que se transfirió formalmente la supervisión del armamento y del entrenamiento del ejército ucraniano directamente a la alianza militar. De ahí que los últimos avances organizados desde Kiev, en realidad, se están coordinando desde Washington, Berlín y Londres.
De igual modo, comenzaron a analizarse planes de largo alcance para la reorganización de las fuerzas de la OTAN previendo una posible participación en una guerra a gran escala.
Resulta claro que las limitaciones que Estados Unidos había establecido frente a la participación directa en la guerra han sido barridas una tras otra, al menos desde 2017, cuando el gobierno de Donald Trump proporcionó armas letales a Ucrania.
Las entregas de diversos equipos militares se hicieron cada vez más frecuentes, sobre todo, desde 2020 y, una vez iniciado el conflicto, ya en febrero en de 2022. Al siguiente año, fueron enviados vehículos blindados y tanques y, ya en 2024, cazas F-16 y misiles de largo alcance. Luego vino la autorización desde la Casa Blanca para usar esas armas dentro de Rusia.
En Estados Unidos, diversos think tanks, como el Atlantic Council, han tomado nota del avance ucraniano y de lo que consideran una falta de reacción por parte de las fuerzas militares rusas.
Las conclusiones son verdaderamente alarmantes ya que existen dudas sobre la credibilidad de las amenazas rusas y, en consecuencia, existe una autocrítica en torno a la excesiva cautela con la que las potencias occidentales se han movido hasta ahora. Frente al temor inicial hoy, en cambio, existe una creciente, y por demás preocupante, subestimación de la capacidad militar de Rusia.
No son pocos los analistas que sugieren que la próxima “línea roja” que podría cruzar la OTAN es el despliegue de sus propias tropas, incluso, para llevar adelante una ofensiva militar hacia Crimea.
En medio de todas las elucubraciones, lo cierto es que la maquinaria bélica occidental no sólo no se detiene, sino que parece todavía más aceitada.
A principios de agosto, el Departamento de Defensa de Estados Unidos anunció que estaba enviando otros 125 millones de dólares en armas a Ucrania, incluyendo sistemas HIMARS, municiones de artillería de 155 mm y 105 mm, misiles Stinger, sistemas antitanque Javelin y AT-4, misiles antitanque guiados por cable, guiados ópticamente y lanzados por tubo (TOW), radares multipropósito, vehículos con ruedas multipropósito HMMWV, municiones para armas pequeñas, municiones explosivas, y equipo y municiones adicionales.
Las similitudes históricas son notables. Al comienzo de la Operación Barbarroja en junio de 1941, en plena Segunda Guerra Mundial, los tanques alemanes invadieron la frontera de la Unión Soviética por el paso de Kursk.
Ahora, vehículos blindados, muchos de ellos donados por Alemania, vuelven a entrar en Rusia, tripulados por combatientes ucranianos, muchos de los cuales muestran las mismas insignias, incluidas esvásticas y la doble runa sig utilizada por las SS.
Con todo, en agosto de 1943 las fuerzas nazis fueron derrotadas por la Unión Soviética en una de las mayores batallas terrestres de toda la historia, una vez más, en la estratégica región de Kursk.