El TACO de Trump

hace 1 day 9
ARTICLE AD BOX

Donald Trump (foto) fue caracterizado por el columnista del Financial Times Robert Armstrong como el presidente que siempre termina claudicando, después de vociferar medidas impulsivas, presuntuosas y confusas. El presidente de los Estados Unidos fue consultado, el último miércoles, sobre el acrónimo TACO (Trump Always Chickens Out), impuesto por Armstrong. La pregunta enardeció al ampuloso magnate, quien consideró la consulta como una falta de respeto. Esa escena es una de las metáforas más sugerentes de la deriva errática y tosca que caracteriza la gestión trumpista, desesperada por recuperar una hegemonía resquebrajada, a través de tres objetivos: la reindustrialización, la defensa del rol del dólar como divisa de ahorro global y el cercenamiento de la República Popular China mediante una guerra híbrida.

Hasta hace dos décadas atrás Estados Unidos lideraba, de forma casi omnímoda, el escenario económico, tecnológico y político a nivel global, al tiempo que deslocalizaban sus empresas industriales y apostaban por la financiarización amparados en el Fin de la Historia y la supremacía de la teoría neoliberal. En el año 2008, el espejismo del equilibrio perpetuo –estimulado por los gurúes de Wall Street– se desintegró. Con esa debacle se destruyeron empleos, riqueza acumulada y, sobre todo, el delirio disparatado de que la reducción del Estado, la desregulación financiera y las privatizaciones alcanzaban para garantizar un futuro promisorio. Con esa crisis quedó expuesta la falacia monetarista: su deriva posterior es el escenario en el que Estados Unidos intenta recuperar lo perdido sin innovación, productividad ni competitividad: solo con aranceles y devaluación progresiva del dólar, regados con racismo y xenofobia.

La política arancelaria dispuesta por Trump fue cuestionada la última semana por el Tribunal de Comercio Internacional y vuelta a contar con aprobación jurídica, dos días después, a partir de una resolución de una Corte Federal de Apelaciones. Los enfrentamientos internos responden a una contradicción entre grandes corporaciones que ven peligrar sus ventas a China y otras que necesitan insumos, tierras raras, minerales críticos o bienes de consumo producidos en el sudeste asiático. El desorden y la falta de coherencia producen desconcierto y debilitan la posición de Washington frente al resto del mundo. El propio secretario de Comercio, Howard Lutnick advirtió que los debates jurídicos sobre las Órdenes Ejecutivas arancelarias (decretos) de Trump, arruinan los acuerdos que se están renegociando con Beijing. Mientras que Lutnik acusa al Deep State tribunalicio, Trump contribuye a debilitar a su país en la mesa de negociaciones. Al tiempo que se desarrollan las negociaciones en Ginebra, el presidente vocifera otro de sus anuncios TACO, prohibiendo la comercialización a Beijing de software de diseño (para semiconductores), máquinas herramienta y equipos para motores a reacción.

En el mismo lapso que los negociadores de Washington y Beijing acordaron en Ginebra reducir los aranceles durante 90 días, el secretario del Tesoro Scott Bessent señalaba que “el progreso desde entonces ha sido lento, pero afirmó que espera más conversaciones en las próximas semanas”. Pateando el tablero, el rubicundo magnate devenido en primer mandatario se encargó de estropear todo al denunciar el último viernes –en su red antisocial Truth– que China “ha violado totalmente su acuerdo con nosotros”. Poco confiable el presidente estadounidense. Mientras negocia, traiciona. Esa actitud continúa devaluando la ya devaluada legitimidad de la Nación que se autopercibía como portadora de una excepcionalidad manifiesta.

Esa fragilidad es también el resultado de las pujas domésticas de las grandes corporaciones que manejan activos superiores a la inmensa mayoría de los países del mundo y que tienen acceso libre a la Casa Blanca. Aparece como evidente que Trump se muestra diligente a concebir algunas excepciones, sobre todo si se trata de mega millonarios. El CEO de Apple, Tim Cook, logró reducir los aranceles de sus productos fabricados en China y en Vietnam, y Nvidia –fabricante de chips para la Inteligencia Artificial– consiguió anular algunas prohibiciones de exportación. El último lunes, el presidente estadounidense señaló en la Casa Blanca: “Soy una persona muy flexible (…) recientemente ayudé a Tim Cook”.

La anunciada renuncia de Elon Musk es también la expresión de una vulnerabilidad estructural ligada al abultado déficit gemelo de la economía estadounidense. Por un lado, el fiscal; y por el otro el comercial. El empresario sudafricano, considerado el magnate más acaudalado del mundo, cuestionó el presupuesto presentado ante el Congreso, una semana atrás. Estados Unidos es el país más endeudado del mundo. El primer gasto de su presupuesto –por arriba de los gastos en defensa– son los intereses de esa deuda. El presupuesto que busca aprobar –que Musk cuestionó– supone un paquete de recortes fiscales y en aumento del gasto federal. La ecuación, sin embargo, redunda en un mayor endeudamiento que se busca saldar, momentáneamente con más deuda y aranceles, en el marco de la doctrina de Stephen Miran. Dicha guía consiste en reforzar el dólar como moneda de reserva mundial, ampliar el control global de las criptomonedas, reindustrializar el país, y despedazar a China.

Según el relato de las publicaciones académicas estadounidenses, la Iniciativa de Defensa Estratégica, conocida también como el Programa de la Guerra de las Galaxias, contribuyó al cataclismo soviético. Las inversiones federales desarrolladas en el marco de la Guerra Fría fueron responsables de la instauración de Silicon Valley. En ese marco, los semiconductores se constituyeron en un insumo clave para la carrera espacial y armamentista. La demanda de esas tabletas de silicio, por parte de la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio (NASA) y del Pentágono, transformó a las nacientes corporaciones informáticas en empresas multimillonarias.

Chris Miller, autor de Las guerras de los chips, consideró que los semiconductores rivalizan con el petróleo como un recurso geopolítico crítico, porque son de utilización imprescindible para celulares, autos, computadoras y televisores. Pero también para aviones, misiles, satélites y drones bélicos. El problema para Trump es que China controla gran parte de la cadena de suministro de los insumos básicos para su elaboración (tierras raras y minerales críticos). Además, su producción final requiere –en los modelos más pequeños y versátiles– la participación de aproximadamente 40 empresas de por lo menos siete países. Estos dos elementos (insumos necesarios y cadena de valor) brindan a los funcionarios del País del Centro una protección frente a la soberbia trumpista. En las tertulias académicas de la Universidad de Shanghái se suele citar un aforismo de Confucio para caracterizar Trump: “El hombre más noble es digno, pero no pedante. El inferior es vanidoso, pero no es digno”.

Leer el artículo completo