Entre la revictimización y la libertad de prensa

hace 1 week 7
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El escritor español Luisgé Martín escribió la novela El odio, basada en hechos reales y centrada en el punto de vista de José Bretón sobre los asesinatos de sus propios hijos, por los cuales fue hallado culpable y sentenciado a 40 años de cárcel. El autor entrevistó al asesino en la cárcel y se carteó con él durante años. La madre de los niños pidió en la justicia que se frenara la distribución de ese libro antes de su aparición. Algo que finalmente la editorial hizo. Mientras tanto, en España se desató un debate sobre los límites de la libertad de expresión y también de la libertad de la creación literaria, que se retoma en estas páginas.

El asesinato del que se trata El odio se enmarca dentro de los actos de violencia de género, en particular de violencia vicaria, que es la violencia que se ejerce para causar daño a una mujer a través distintos tipo de violencia hacia sus hijos e hijas. Bretón asesinó a sus hijos José y Ruth, de 2 y 6 años, después de la separación de la madre de ellos. Esto ocurrió en 2011.

La mujer en cuestión, y madre de los niños en este caso, Ruth Ortiz, pidió a la justicia que no se publicara el libro. Entonces la Fiscalía pidió al juez la suspensión de la distribución, exigiendo "no dar voz a los asesinos". Ortiz denunció que conoció los detalles del libro con la confesión del crimen y otros pormenores, a través de los medios de comunicación. Y recalcó que le están causando un tremendo dolor y nuevos daños psicológicos.

No se prohibió la publicación

El juez desestimó la petición y no prohibió la publicación del libro. Pero algunas librerías decidieron no venderlo y ahora, Anagrama, la editorial que lo editó y que en un principio lo había defendido en función de la libertad de creación literaria, retiró el libro de circulación. El jueves pasado, en un comunicado, dijo que decidió “voluntariamente” que el libro no será publicado después del boicot de las librerías y la presión social: “Las obras que se inspiran en hechos reales, como es el caso de El odio, requieren de una dosis doble de responsabilidad y de respeto”.

El debate, sin embargo, continúa. Hay quienes dicen que se trata de censura impedir que el libro se distribuya y quienes consideran que este tipo de libros multiplican el daño a las víctimas, especialmente mujeres. Las preguntas que surgen son muchas.

Desde España, la escritora Fernanda García Lao, dijo a Página/12 que este debate “pone de manifiesto una cuestión ética significativa. Se trata de una obra que no es ficción, sino que aborda un caso real de violencia vicaria, incluyendo nombres y apellidos de las víctimas. La madre de los niños asesinados tiene todo el derecho de pedir que se detenga la publicación, considerando que el contenido resulta ofensivo y revictimizante. Frente a las críticas y posibles acciones legales, la editorial ha decidido suspender la distribución del libro. Llama la atención que esta decisión se haya tomado solo después del escándalo, lo que plantea preguntas sobre cómo no se percataron antes del daño que esta publicación podría causar”.

En la misma línea, la periodista y escritora española Cristina Fallarás escribió en el diario Público que “en nombre de los libros se han cometido innumerables tropelías. No me extenderé sobre lo que se ha arrasado con la Biblia o el Corán en la mano. Es en los libros donde se sellan los pactos de los poderosos. Podemos repasar los libros utilizados, sin ir más lejos, en España durante las décadas de dictadura, por ponerme facilona. ¿Y pensar en quemarlos? ¿Por qué no? Yo quemaría con gusto alguno de ellos. ¿Y qué tal los manuales de tortura?”. Un colega, Manuel Jabois, escribió en El País, “mi problema con el libro de Bretón es que, cuando el autor le escribe para sugerirle la idea, el asesino responde: 'Me entusiasma tu propósito'. Ese era un momento extraordinario para abandonar el libro”. Mientras que Gema Peñalosa, también periodista y escritora española, dijo que si bien se solidariza con Ruth, “la Constitución protege de manera muy clara el derecho a la información y a la libertad de expresión. En este caso, por lo que conocemos hasta ahora de esta publicación, no hay ningún elemento delictivo. Es la versión del hombre que mató a sus hijos”.

La mirada de Mauricio Koch

El escritor argentino Mauricio Koch, por su parte, dijo a este diario que el único criterio que considera válido en este caso, y en todo lo que tenga que ver con la publicación de libros, “es el del editor que decide si ese texto que llegó a sus manos puede o no formar parte de su catálogo”. “¿En qué clase de sociedad estamos pensando cuando por alguna razón extraliteraria decidimos sacar de circulación un libro, o exigir que no sea publicado? Hace un tiempo tuvimos acá el ejemplo de Cometierra, donde un grupo de padres pretendía sacar de circulación ese libro y otras novelas que formaban parte de un corpus de enseñanza porque “contenían palabras y expresiones vulgares y de alto contenido sexual” y en el caso específico de Cometierra, “por promover la pedofilia”. En nombre del buen decir y de la moral (estas cosas siempre se hacen en nombre del Bien, así con mayúscula) quisieron censurarlos. Hubo una reacción social muy interesante en defensa de esos libros y del principio de libertad”, planteó.

En ese sentido, Koch se preguntó cuál sería la diferencia con este caso: “¿Nos molesta que el punto de vista elegido por el autor sea el de un asesino? ¿Cuál es el problema? ¿Corremos el riesgo de contagiarnos si leemos algo así? ¿Qué clase de infantilización del lector es esa?” Su postura es la que expresó Oscar Wilde en el prólogo de El Retrato de Dorian Gray: “Los libros no son morales ni inmorales, están bien o mal escritos. Eso es todo”. “Y el único que puede (que debería poder) decidir si un libro le parece bueno o malo es el lector”, dijo.

La escritora Sol Fantin, quien el año pasado fue otra de las autoras atacadas por la vicepresidenta Victoria Villaruel por supuestamente exaltar con su literatura la pedofilia y sexualizar a los niños, no se refirió al caso puntual, más bien dio una opinión general sobre el tema: “El problema con la censura no es tanto que se restrinja el derecho de un autor a publicar su obra, sino el derecho de los lectores y lectoras a leer: que un reducido grupo de censores se adjudique la prerrogativa de decidir qué y cómo vamos a leer todos los demás me parece muy peligroso. Por otra parte, si hay algo nocivo en un texto, la única manera de salvaguardarnos de eso es enseñar y aprender a leer mejor, no impedir el contacto de unos lectores con unos textos (lo cual, a la larga, siempre resultará imposible)”, dijo a Página/12. Dicho esto, agregó: “que una persona pierda su prestigio o su credibilidad en virtud de sus propios comportamientos, y que eso conlleve, por ejemplo, que no consiga quién lo publique, o que una editorial decida retirarlo de su catálogo, es una consecuencia de su accionar, que tampoco creo que podamos ni debamos evitar”.

El caso de A sangre fría

El debate también incluyó menciones a autores como Truman Capote o Emmanuel Carrère en cuyas obras encontramos ejemplos de abordaje de asesinos y cercanía con sus puntos de vista. De hecho la propia editorial Anagrama, en un comunicado del 21 de marzo, enmarcó a El odio en esa genealogía. ¿Qué diferencias hay o no con casos como A Sangre fría o El adversario? Para García Lao, “la principal diferencia radica en la intención y el manejo de las víctimas. En este caso, hay un silenciamiento premeditado de la víctima, quien está viva y tiene derecho a preservar su honor e intimidad. La intrusión en su historia personal sin un enfoque riguroso y respetuoso demuestra falta de ética y profesionalismo”. “La decisión de darle voz a un criminal y minimizar el sufrimiento de la víctima es, en sí misma, una forma de violencia”, señaló.

Koch, en cambio, se centró en una de las dificultades principales para el desarrollo de este debate, que es el hecho de no haber podido leer el libro: “Acá hay otra cuestión muy de época: hablamos, opinamos, criticamos, levantamos banderas y llegamos incluso a decir que es “una porquería” un libro que ni siquiera hemos leído. Es el colmo, pero es lo que ocurre: debatimos sobre algo cuyo objeto de debate nadie conoce”. En este sentido, vale aclarar que esta cronista intentó obtener más opiniones, sin embargo, una parte importante de las y los escritores consultados dijeron que no podían dar su punto de vista porque no habían leído el libro.

Por otro lado, respecto al procedimiento de “darle voz” a un asesino, siguió Koch, “lo mismo: ¿quién decide hasta dónde sí y hasta dónde no? ¿Quién va a ejercer ese paternalismo?”. “Hace unos días leí una reseña elogiosa de Magnetizado, el libro de Carlos Busqued, donde Busqued opta por poner la voz de un asesino en primer plano y él como autor se ocupa del montaje de documentos, recortes de prensa, informes psiquiátricos y hace ciertas y muy específicas preguntas. Logramos asomarnos al abismo de esa mente gracias al trabajo de edición. Toma técnicas que ya utilizó Walsh en Operación masacre y que forman parte de los recursos clásicos para contar una historia de no ficción. Eso a priori no está ni bien ni mal, son recursos. El resultado depende del talento del autor para organizar esos materiales”, agregó.

Otra pregunta que surge es si estamos ante el mismo debate que sobre la llamada “cultura de la cancelación”. Según Koch, “no es prohibiendo libros que vamos a terminar con la pedofilia o con los asesinos de mujeres. No digo que la mala literatura sea tampoco la solución. Pero yo sigo prefiriendo tener la posibilidad de leer a Nabokov, quien nunca fue acusado de nada y tuvo una vida más bien monótona de docente y entomólogo y decidió mostrar la mirada y la interioridad de un pedófilo. Incómodo, sí. Desagradable: en muchos pasajes, sí. Y sin embargo, es un gran libro por muchas razones. Hay que defender ese espacio de libertad en el mundo del arte, un espacio que está siempre amenazado, por derecha y por izquierda, por una derecha puritana o por un progresismo moralista”.

¿Sería cancelación?

Para García Lao, por otro lado, este no es solo un debate sobre la "cancelación", “sino que revela cuestiones más amplias como la crueldad y la irresponsabilidad. La literatura de ficción opera bajo sus propias reglas y no está obligada por principios éticos como el periodismo y la política. Sin embargo, cuando se mezclan los géneros sin cuidado y rigor, el resultado puede ser profundamente dañino y cuestionable”. En una línea similar a Fallarás, consideró que “es todo un síntoma que, históricamente, los hombres hayan sido tanto los perpetradores de violencia de género como los narradores que buscan interpretar o amplificar las voces de los agresores. Esto refleja una dinámica de poder persistente, donde incluso en el ámbito creativo, las historias de las víctimas quedan relegadas o subordinadas a las de los victimarios. El interés de algunos creadores en dar voz a los criminales con la excusa de comprender "el mal" o de explorar lo transgresor, cuando se construye sin sensibilidad hacia las víctimas, implica el riesgo de perpetuar el daño y de normalizar la violencia”. En ese sentido, dijo que son hombres quienes están convirtiendo al autor en víctima. “En este contexto, revela una dinámica preocupante: se desvía la atención del daño causado y se centra en la pérdida del creador, como si el libro fuera un derecho inalienable. Pero, ¿hasta qué punto era realmente su obra? Si el contenido refleja más el odio y la perspectiva del asesino, parece más un vehículo para amplificar su voz que una creación genuina del autor.”

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