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Documental de virtuoso tratamiento visual
Gaucho Gaucho 7 puntos
Estados Unidos, 2024
Dirección y guion: Michael Dweck y Gregory Kershaw
Duración: 83 minutos
Intérpretes: Guada Gonza, Mario Choque, Alcira Gutierrez, Lelo Carrizo, Santito López, Solano Ávalos, Jony Ávalos, Wally Flores.
Estreno en salas.
Si alguien tiene alguna duda de cuál es el vínculo íntimo que une al cine con las artes plásticas, no tiene más que acercarse hasta la sala más cercana a ver Gaucho Gaucho, el documental en el que los estadounidenses Michael Dweck y Gregory Kershaw crean un retrato estilizado de este personaje popular, emblema de la cultura argentina. Es cierto que a las composiciones que el cine realiza con la pantalla como marco se las llama cuadros, pero en esta película esa palabra alcanza de verdad niveles pictóricos, a partir de la exquisitez con la que cada escena ha sido fotografiada. Dweck y Kershaw confirman que es posible pintar auténticas obras de arte visuales a partir del manejo virtuoso de la luz.
Esta capacidad no es novedosa en la obra de estos directores, que ya habían sorprendido con su trabajo anterior, el documental Cazadores de trufas (2020), donde mostraban una particular habilidad a la hora de colocar la cámara, o de componer e iluminar cada plano con vocación plástica. Esa coincidencia estética y formal no es la única entre ambos trabajos. Además, las dos películas eligen retratar dos espacios muy bien demarcados de la vida rural. Porque si en Gaucho Gaucho se aborda ese ícono de la argentinidad que sobrevive desde tiempos de la colonia hasta la actualidad, en la anterior el interés estaba puesto en los buscadores de trufas de la región del Piamonte, en el norte de Italia.
Tanto gauchos como cazadores de trufas marcan la supervivencia de un mundo arcaico en un contexto de modernidad. Y quizás sea justamente eso, su carácter ancestral, lo que hace que sus figuras resulten fascinantes para la mirada cinematográfica, la más moderna y tecnológica de las artes. La capacidad de saltar por encima de esa oposición aparente entre lo moderno y lo antiguo es la razón que explica por qué ambas películas pueden resultar una experiencia gozosa para los espectadores. En especial por su capacidad para crear la ilusión de que es posible asomarse al pasado, como si la pantalla fuera en realidad una ventana abierta a través del tiempo.
Las imágenes y las escenas registradas por Dweck y Kershaw dan cuenta de un mundo perdido casi por completo para la mirada urbana, la que representan la mayor parte de los espectadores de cine. Los rituales gauchos; el vínculo simbiótico con los animales; la relación con el paisaje, del que ellos también forman parte; el lenguaje mismo, habitado por palabras que la mayoría supondrían extintas hace muchas décadas, más propias de la literatura gauchesca que del siglo XXI. Todo eso renace en este documental que tiene el poder de hacer que aquello vuelva a cobrar vida en una sala oscura en el centro de la ciudad de Buenos Aires, como si todavía estuviéramos en tiempos de Hilario Ascasubi, José Hérnandez o Ricardo Güiraldes.
A alguno podría resultarle curioso que este retrato gauchesco, que se filmó en distintas localidades del noroeste argentino, haya sido realizado por dos extranjeros. Y más todavía, que estos extranjeros hayan podido captar de forma tan vívida las particularidades de una cultura que está en la base genética del ser argentino. Pero si se lo piensa bien, dos estadounidense no son mucho más extranjeros para estos gauchos de Salta, Catamarca o Tucumán de lo que lo son todos los porteños o los habitantes de cualquiera de las grandes ciudades argentinas. En las ciudades, cuando se habla de gauchos la imagen que viene a la cabeza son las figuritas que la revista Billiken publicaba para el Día de la Tradición. O los únicas dos o tres estrofas que todo el mundo conoce del Martín Fierro, repetidas hasta el hartazgo. El tiempo y la distancia también nos han convertido en extranjeros de nuestra propia cultura y Gaucho Gaucho puede ser una excusa oportuna para volver a conectar.