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De Bobby Boermans y Simon de Waal, sobre una toma de rehenes real
La película holandesa que acaba de estrenar en Netflix propone un ejercicio contracultural: preocuparse más por las secuelas humanas que por las balas.
iRehén 6 puntos
(iHostage/Holanda, 2025)
Dirección: Bobby Boermans
Guion: Bobby Boermans y Simon de Waal
Duración: 100 minutos
Intérpretes: Soufiane Moussouli, Admir Sehovic, Emmanuel Ohene Boafo, Fockeline Ouwerkerk Roosmarijn van der Hoek y Robin Boissevain
Homenajeemos al papa Francisco siguiendo su consejo de hacer lio, y comencemos por el final de iRehén, la producción holandesa que acaba de desembarcar en la plataforma Netflix. No se contarán detalles, sólo se recordará que la larga tradición de películas, especialmente las provenientes de Hollywood, sobre toma de rehenes marca que el clímax narrativo llega junto con la resolución, casi siempre apoteósica. No importa si termina con un baño de sangre o con los aventureros delictivos tomando sombra en una celda; sí que el largo recorrido tenga su pico de tensión y suspenso cuando se sepa la suerte de los rehenes, un par de minutos antes de que corran los créditos.
Es en ese sentido que la película del neerlandés Bobby Boermans asoma como un ejercicio casi contracultural, pues está más preocupada por las potenciales secuelas humanas que por las balas, y resuelve el caso bastante antes de la pantalla negra final. Y lo resuelve in media res y de manera si se quiere sorpresiva, sin floreos ni subrayados, de manera más parecida a la "vida real" que al ideario cinematográfico mainstream.
Lo que no quiere decir que las escenas que requieren movimiento no estén bien armadas. Por el contrario, Boermans tiene el pulso firme y es un narrador lo suficiente hábil para clarificar la acción en las distintas locaciones afectadas al operativo que se monta en los alrededores del local de Apple que funciona como epicentro de la toma. Y es un narrador distanciado que gusta de observar los procedimientos y protocolos policiales.
Quizás el motivo de ese anticlímax se debe a que iRehén se basa en un hecho ocurrido en febrero de 2022, y que una cosa es tomarse algunas licencias en pos de la construcción dramática y otra muy distinta es falsear la historia poniendo en escena situaciones que no ocurrieron. Sea como sea, lo cierto es que hasta bien avanzado el metraje la película recorre los carriles habituales en este tipo de relatos, comenzando con la llegada al local de la manzanita mordida de los involuntarios protagonistas. Entre ellos, claro, el pobre muchacho búlgaro que tuvo la pésima idea de olvidarse sus auriculares y terminará, minutos más tarde, exhibido en la vidriera con un arma apuntándole en la cabeza, mientras en un depósito se refugian tres clientes y un vendedor y en la confitería del piso superior, varias decenas de personas más.
Quien la empuña es un muchacho armado hasta los dientes, bomba pegada al cuerpo incluida. La amenaza es concreta: si intentan hacer algo, él dejará caer el detonador, y chau local. Al principio todos piensan que es un robro frustrado, pero no tarda en quedar claro que el asunto va por otro lado, que las motivaciones del hombre bomba son otras. ¿Cuáles son esas motivaciones? Nunca termina de revelarse, aunque su vinculación con Siria podría entregar alguna pista.
Cuando habla con la mediadora que él mismo pide, sus requisitos son 200 millones de dólares en Bitcoin y un auto para irse. Con esa cifra, asegura, recuperará algo de lo que perdió. ¿Cómo? ¿En dónde? ¿Por qué quiere lo quiere? Nada de esto se sabe, sumando así la variable de esa ausencia al entrenado narrativo de una película que no descubrirá la pólvora, pero que tiene varias particularidades. La más importante, se dijo, es ir a contracorriente del mandato final. No está mal en tiempos de cine algorítmico.