Michael Dweck y Gregory Kershaw: "Queremos que el espectador se tome su tiempo para observar estas hermosas vidas"

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El caballo y el hombre parecen uno solo. El humano descansa sobre el lomo del animal como si intentara fundirse con él. De pronto, ambos vuelven a la actividad y se dirigen a paso de hombre hacia el horizonte. Así comienza la última película de los documentalistas estadounidenses Michael Dweck y Gregory Kershaw, rodada en el interior de la provincia de Salta. Luego de debutar a comienzos de este año en el Festival de Sundance, Gaucho Gaucho (ver crítica aparte) tiene finalmente un estreno local este jueves 21 en varias salas de cine del complejo Cinépolis. A grandes rasgos, se trata de un ensayo documental que registra la vida cotidiana de un puñado de habitantes de pueblos salteños del norte de nuestro país, con un ojo atento a los detalles y un notable trabajo de fotografía en blanco y negro. Los protagonistas son múltiples, pero entre ellos se destaca Lelo, un anciano que ha conocido de primera mano los cambios y permanencias sociales y culturales a lo largo de las décadas; Santito, un hombre-para-todo que además de conducir su propio programa de radio anima las fiestas anuales del lugar; y Guada, una muchacha adolescente que, de a poco, logra ingresar al masculino universo de la doma.

“Mi esposa es argentina y tengo familia allí, así que he viajado al país muchas veces durante los últimos treinta años”, afirma Michael Dweck en comunicación con Página/12 desde Francia, donde se encuentra filmando un nuevo documental junto a su inseparable socio, Gregory Kershaw. Este último se sumará unos minutos más tarde a la conversación, pero en su ausencia Dweck recuerda que “Gregory trabajó en varios proyectos en América del Sur y Centroamérica, todos ellos ligados a tradiciones, comunidades y cuestiones medioambientales. Así que estábamos familiarizados y, de hecho, veníamos hablando de esta película desde hace unos quince años. Gregory está siempre interesado en ponerse en contacto con comunidades de todo el mundo que mantienen vivas sus tradiciones con pasión. Algo ligado también a la naturaleza y, en particular, a los animales. Así que Gaucho Gaucho fue algo así como un sueño que se hizo realidad”.

La filmografía de Kershaw en solitario incluye un par de documentales televisivos rodados en el altiplano boliviano y en la Amazonia peruana, y su asociación con Dweck tuvo su primer gran logro con Los cazadores de trufas, largometraje de 2020 filmado en Piamonte, Italia, acerca de un grupo de hombres octogenarios que siguen sosteniendo métodos tradicionales para recolectar la trufa blanca de Alba, un manjar muy raro y, por ello, de alto precio en el mercado. Aquel film los hizo recorrer festivales prestigiosos como Locarno, Sundance, Toronto, San Sebastián y Nueva York, mientras en paralelo comenzaban a pre producir el film sobre los gauchos salteños. “Lo cierto es que investigamos toda clase de comunidades de gauchos en el país, por ejemplo los gauchos patagónicos. Pero el problema allí era que, dado que se dedican específicamente a la cría de ovejas, trabajan en solitario, no de forma comunitaria”.

Michael Dweck continúa describiendo los pasos previos al rodaje de su última película, que involucró un año entero de investigación. “También observamos con interés a los gauchos de Corrientes, que es algo muy hermoso de ver, en parte por la presencia del agua, pero el principal escollo allí tuvo que ver con el hecho de que sólo podíamos filmar unas semanas, por la cuestión estacional. También tuvimos en cuenta a los gauchos pampeanos, pero allí la mayoría trabaja para distintas estancias, y lo que nos interesaba era registrar la vida de los gauchos independientes. En charlas con gente del Ministerio de Cultura de la Argentina nos dijeron que lo que estábamos buscando ya no existía, que había desaparecido hace ya unos quince años. Algo similar nos dijo la gente de San Antonio de Areco, un lugar que he visitado muchas veces. Pero luego escuchamos acerca de una comunidad salteña, en un lugar llamado San Carlos, en los Valles Calchaquíes, que vivía de manera muy independiente y libre. Tienen sus propias vacas, mantienen sus tradiciones, incluso su ropa de trabajo está hecha a mano. Sus canciones, su espiritualidad, reúne aspectos aborígenes y cristianos. En la película nos centramos en la región de San Carlos, Guachipas y Chicoana.

-Es este tipo de films documentales es necesario ganarse completamente la confianza de los sujetos para poder acercarse y registrar su vida. ¿Cómo fue ese proceso de acercamiento?

-Eso siempre lleva tiempo y, en particular, los gauchos suelen ser personas reservadas. En todas nuestras películas, antes de comenzar a filmar, pasamos mucho tiempo en las comunidades. Sin la cámara, desde luego. Semanas y semanas y semanas. En este caso comiendo asado, tomando vino, simplemente pasando el rato, conversando. Eventualmente te ganás la confianza y te dejan entrar. Para llegar a San Carlos Gregory voló dieciséis horas desde Estocolmo, donde vive, luego tomamos un vuelo de tres horas a Salta, un viaje en auto de cuatro horas hasta San Carlos y, finalmente, nueve horas y media a caballo por valles y montañas. Cuando llegamos nos dijeron ‘Miren, tenemos que mover el ganado, tienen que comer y luego regresar’. Ese fue nuestro primer viaje. Pero eso es parte de la película, respetar lo que ellos hacen. Lo más importante fue buscar historias de la comunidad, muchas de ellas ligadas a los sacrificios que deben hacer para mantener su libertad. Y así encontramos también a las personas que participaron del film, como Guada, que tenía diecisiete años en ese momento y ya podía domar un caballo salvaje. Una chica que quiere entrar en las jineteadas, que como sabrás no es un deporte femenino. Nos interesa ver cómo las tradiciones pasan de generación en generación. Ahí están Solano y Jony, tío y sobrino, que son como gemelos. A los siete años Jony ya maneja los caballos, las vacas, aprende a afilar un cuchillo. Las redes sociales nos dan la impresión de que la vida es sencilla: podés ser un influencer o un jugador de básquet. Pero trabajar con tus manos, mantener vivo un oficio en una comunidad real y no virtual, hablar con la gente, ayudar a un vecino, estar cerca de los animales y comprender la importancia de la naturaleza en tu vida… son las cosas relevantes que nos interesaba retratar.

-¿El registro de escenas cotidianas incluyó algún tipo de representación “guionada”?

-No sé si habrá alguna escena que te haya llamado la atención en ese sentido, pero nada fue recreado, en el sentido de falsificado para la cámara. Pasamos dos años con ellos en total, lo cual es mucho. Lo cierto es que se trata de gente de rituales y hacen las mismas cosas una y otra vez. Lo que tal vez pueda parecer una “recreación” es realmente lo que hacen todos los días. Por ejemplo, suelen desayunar, almorzar y cenar exactamente a la misma hora. Y en el mismo lugar. La escena que abre el film, que muestra a un hombre sobre un caballo, por ejemplo. Él es como una especie de horse whisperer (N. de la R.: el término refiere al libro de Nicholas Evans El hombre que susurraba al oído de los caballos). Nos dijo que así era como domaba a los caballos: durmiendo sobre el animal dos o más horas y tratando de que los latidos de ambos corazones se sincronicen. Es algo que hace todos los días, así que lo filmamos muchas veces haciendo exactamente eso.

¿Cómo definiría el proceso de escritura del guion en un caso como este, en el cual es la realidad la que dicta finalmente la estructura final?

Nunca llegamos a la filmación con una historia, pero sí con un sentimiento. La idea es que el hecho mismo de pasar tiempo en una comunidad nos proveerá de las historias. Eso implica mucho tiempo. Así, cuando llegamos al montaje tenemos una comprensión más o menos cabal de las vidas que estamos retratando. El hecho de pasar dos años allí, por ejemplo, nos dejó en claro que casi no llovió durante todo ese lapso. ¡Dos años casi sin llover! Apenas un par de veces. Algunas vacas comenzaron a morir y nos dimos cuenta de lo difícil que era todo. Sin lluvia no hay pasto y sin pasto no hay comida para las vacas. Ese fue un arco dramático que nos dio la realidad: sin lluvia esa familia no puede sobrevivir. O el caso de Santito. Al principio pensamos que era simplemente un DJ en la radio local, pero al tiempo lo vimos montado en su caballo repartiendo periódicos. Y luego apareció en la jineteada. Otro día estábamos muy alejados del pueblo más cercano, a cinco horas, y de pronto aparece Santito: era el encargado de cantar en una fiesta. En una escena del film el cura del lugar le pregunta cómo desea ser recordado. ¿Cómo cantante, bailarín, disc jockey, repartidor de diarios? Santito es todo eso y descubrirlo llevó tiempo. El montaje es complicado, porque no queremos definir todo a partir de un único plano, sino que el espectador se tome su tiempo para observar estas hermosas vidas. Mirar las paredes, hechas de barro y paja. Las monturas y lazos, hechos a mano.

Gregory Kershaw se sienta junto a su colega y pide disculpas. “Estamos en medio de la producción de nuestra nueva película”. Llega justo a tiempo para responder una pregunta esencial, ligada al uso del blanco y negro, una muy consciente elección estética. “El uso del blanco y negro en este caso tiene que ver con el hecho de cómo hacemos estas películas. Siempre intentamos comprender y sentir profundamente el mundo que estamos filmando, y cómo representar cinematográficamente ese mundo. En otras palabras, crear una forma cinemática que refleje lo que estamos experimentando. El blanco y negro no fue una elección intelectual que llevamos de antemano al proyecto. En cierto punto supusimos que ese tipo de imagen iba a reflejar cierto carácter atemporal, además de las texturas de un universo particular. Hace mucho tiempo que Michael y yo trabajamos juntos, y fue una decisión inmediata y unánime. Casi que no necesitamos hablarlo, nos miramos y ya estaba tomada la decisión”.


Gaucho Gaucho termina con la más inesperada inclusión musical: “La balsa”, el clásico del rock nacional de Los gatos. O no tan inesperada: en el transcurso de los casi noventa minutos de proyección, los realizadores echan mano a melodías tan aparentemente alejadas de los gauchos como una ópera francesa. “Durante la filmación armamos siempre playlists que escuchamos todo el tiempo. Y jugamos probando canciones como fondo de algunas escenas. Y de pronto alguna de ellas hace clic. Nunca usamos la música para hacer surgir emociones que no existen en las imágenes. Pero ‘La balsa’ funcionaba a la perfección. Ya habrás visto cómo quedó en la película”.

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