Oz Perkins: "El cine me ayuda a descubrir cosas de mí y mi padre"

hace 8 hour 3
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Como muchos directores de cine, Osgood Perkins pasó gran parte de su juventud haciendo películas con la videocámara familiar. "Hicimos muchas tomas de Jason Voorhees", dice hoy el director de Longlegs, refiriéndose al célebre asesino del machete. "Le poníamos una máscara de hockey encima de una de gorila y este personaje merodeaba y estrangulaba a la gente". Hasta aquí, todo un adolescente. "Supongo que la diferencia para mí era que estaba rodando en la cocina y se abría la puerta y era mi padre". Papá para Perkins, por cierto, es Norman Bates para el resto del mundo.

El parecido entre Perkins y Anthony, el melancólico protagonista de Psicosis, de Alfred Hitchcock, es innegable. Perkins comparte la mandíbula cuadrada y las cejas arqueadas de su padre, los pómulos salientes y los profundos ojos azules. Es un rostro tan característico que podría parecer inimitable si no lo viera hoy aquí copiado y pegado. Sin embargo, durante mucho tiempo sólo compartieron atributos físicos. "Mi padre no era la persona más conocida", dice Perkins, que tenía 18 años cuando Anthony murió de una neumonía relacionada con el hiv.

Los videos caseros, recientemente desenterrados por un amigo de la familia, son una de las pocas veces que Anthony fue captado por el objetivo de su hijo. Físicamente hablando. Metafóricamente, décadas después de su muerte, el actor sigue planeando sobre la obra de su hijo, un espectro que, si alguna vez desaparece de la vista, nunca desaparece de la mente. "No se reflejaba mucho en mí, así que creo que siempre iba a buscar una conexión con mi padre, y las películas son un buen lugar para buscar", dice Perkins, que ahora tiene 51 años. "Quizá descubra algo sobre él como descubro algo sobre mí mismo mientras recorro ese camino".

Perkins ve sus películas como autobiográficas y a sus personajes como sustitutos de sí mismo. En su debut, La hija del abrigo negro (2015), Kiernan Shipka interpreta a una adolescente en un internado católico que se vuelve satánico por la muerte profética de sus padres; en su segunda película, Yo soy la cosa bonita que vive en la casa (2016), Ruth Wilson interpreta a una asistenta que se muda a la casa de un escritor con demencia en busca de señales de quién era en las cajas que ha dejado atrás. Y el año pasado se estrenó Longlegs, su espeluznante adaptación de El silencio de los inocentes, protagonizada por Nicolas Cage en el papel de un asesino en serie, en la que una valiente agente del FBI (Maika Monroe) descubre oscuros secretos en su familia.

Ese camino hacia la comprensión de su padre -y de su madre- a través del cine ha llevado a Perkins hasta El mono. Su nueva película adapta el cuento de Stephen King de 1980 sobre dos hermanos (Perkins tiene un hermano menor, Elvis) y un mono de juguete maldito, cuya batería es un presagio de desgracia, que mata a la gente a su alrededor de forma salvaje y disparatada. Explosión. Explosión. Explosión. Decapitación. Explosión. Estampida. La muerte violenta de su madre es el golpe final, distanciando a los chicos durante décadas antes de que el regreso del mono fuerce su reencuentro.

La historia, aunque inverosímil, tocó la fibra sensible de Perkins. "Al leer sobre estas muertes demenciales, pensé: 'Oh, a mí me ha pasado eso un par de veces en mi vida'", dice. "Soy un experto en esto. Soy una autoridad en perder gente de forma demencial'". Nueve años después de la muerte de su famoso padre, su madre, la fotógrafa Berry Berenson, falleció el 11 de septiembre de 2001, tras haber sido pasajera del vuelo 11 de American Airlines, el primero de los dos aviones que se estrellaron contra el World Trade Center. "Este tipo de muertes son difíciles de entender y hay que enfrentarse a ellas. ¿Cómo es la vida después? La historia tenía sentido para mí, y eso siempre es importante porque nada es falso en ese momento, todo se convierte en verdad".

Si La cosa bonita se centraba en su padre, Longlegs trataba de su madre y de las historias que los padres inventan por el bien de sus hijos. La ficción en cuestión para Perkins era la narrativa que encubría su infancia, una ficción que no dejaba espacio para la homosexualidad de su padre (Anthony había tenido relaciones con hombres hasta que se sometió a terapia de conversión; tuvo su primera relación íntima con una mujer a los 39 años, y se casó con Berry a los 41).

Anthony y Berry mantuvieron la negación pública hasta la muerte de él y, aunque sus amigos pensaron que el matrimonio no duraría, acabó siendo una estabilidad duradera para ambos. Perkins mantiene que, a pesar de todo, sus padres se querían. "Mi madre era mucho más joven que mi padre cuando se conocieron, así que él ya era 'Tony Perkins', y ella era una reportera con los ojos muy abiertos", dice. "Ella sentía reverencia por mi padre y esa siguió siendo la dinámica. Eran buenos compañeros paternos y se querían mucho y todo eso, pero creo que mi padre mantuvo ese efecto de estrella en la copa del árbol".

Dado que sus protagonistas son a menudo sustitutos de sí mismo, es interesante que sus historias tiendan a estar protagonizadas por mujeres, sugiero. Perkins piensa un momento antes de responder. "La mente masculina tiende a ser más limitada, mientras que la belleza de la mente femenina -y no pretendo generalizar- tiende a ser más expansiva, sutil, matizada, instintiva", afirma. "Y al abordar el género de terror, que trata de todo lo que no podemos saber, entender o verbalizar, poner a una mujer en él me parece menos limitante". ¿Se considera más afín a esa forma de ser? "Eso espero".

Perkins tenía 12 años cuando apareció por primera vez en pantalla en la olvidada Psicosis II, en la que aparecía en flashbacks como una versión joven del psicópata de voz suave de su padre. Es una deliciosa anécdota cinematográfica, pero Perkins insiste en que no es más que eso. "No creo que fuera especialmente formativa o seminal", dice de la experiencia. En ese sentido, no recuerda mucho más allá de una sensación general de miedo. "Estaba convencido de que me encontraba en el lugar donde estaba ambientada". En realidad, fue en un set en Universal City, en Los Ángeles. "Había cámaras alrededor y todo eso, pero aun así sentí miedo por la energía".

En las décadas siguientes, Perkins actuó aquí y allá. Hizo pequeñas interpretaciones en películas como La secretaria y No es otra película adolescente, así como una más memorable en Legalmente rubia como Dorky David Kidney, un mudo estirado con mala suerte en el amor. Dice que lo reconocen por esa película más de cinco veces a la semana. Es el tipo de cosas que uno piensa que pueden molestar a un tipo como él. "No", insiste. "A la gente le encanta. Nadie se me acerca y me dice 'lo odio'. Siempre es positivo, así que por supuesto estoy contento de que se me asocie con una película que es, extrañamente, un clásico".

Perkins nunca se vio a sí mismo como actor, ni siquiera entonces. "No creo que se me dé muy bien", refuta. "La verdadera alegría que siento es dar poder a otras personas, y ser cineasta es la posición más generosa. Se siente como si estuvieras dando algo y valiera la pena". Sin embargo, aparece brevemente en El mono, como un bigotudo swinger pisoteado hasta la muerte en su bolsa de dormir por una manada de ciervos. Escribir sus propias líneas, dice Perkins, tiende a hacer más llevadera la actuación.

Uno tiene la sensación de que a Perkins no le gustaría la vida del actor, es decir, la fama de todo ello, quizá receloso por haber visto la experiencia de su padre como voluble y opresiva. En la conversación, Perkins va al grano y se muestra poco mediático, aunque cuando menciono su reciente comentario de que las películas de Christopher Nolan son aburridas, se encoge de hombros: "No debería decir cosas así". También se muestra tajante sobre la idea de un "corte del director" ("No") y sobre el tema del Método de actuación ("Llamaré a Jim Carrey Andy Kaufman si lo necesita, pero es el jodido Jim Carrey").

En cuanto a la fama de su padre, Perkins dice que la tomó como vino. "Nunca pensé 'Ojalá mi padre fuera dentista'", se encoge de hombros. "Lo veía como una especie de instrumento precioso. Siempre fue impresionante. Siempre me sentí especial. Y luego, cuando me hago mayor y hago mis propias cosas, me siento a ver Psicosis y pienso: 'Vaya, es algo realmente especial. Es una interpretación en una película entre un millón', y siento un gran orgullo por ello".

Dicho esto, el éxito de Psicosis no garantizó a Anthony una vida de éxitos, y aunque interpretó a muchos hombres malhumorados y problemáticos, nunca volvió a alcanzar la altura de Norman Bates. Cuando Perkins era un adolescente "sensible", dice, su padre había alcanzado "un extraño declive" en su carrera. "Hacía películas malas porque era lo que tenía a su alcance en ese momento", dice Perkins. "Había una extraña disonancia entre ser un icono cultural pero hacer películas malas y ser enviado a Budapest a hacer una película antes de que la gente fuera enviada a Budapest a hacer películas".

Más allá de la mandíbula y las cejas, Perkins cree que él y su padre compartían un sentido del humor similar. El mono, por ejemplo, es ante todo una comedia en la misma línea que Gremlins. "Creo que uno de los 'regalos' de vivir una tragedia a una edad temprana es que, si tenés la suerte de poder procesarla y contar con apoyo y una vida después -aunque esa vida sea dura durante mucho tiempo-, podés emerger con una distancia y una apreciación de todos los aspectos de la vida", afirma. "Ser capaz de reírse de la muerte es un verdadero superpoder, ¿verdad? Eso es probablemente lo que más intento hacer con esta película: compartir la idea de que la muerte definitivamente apesta pero, luego, con cierta distancia, te curás."

Hace una pausa.

“Hasta la próxima".

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.

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