"Sacábamos a los bebés con las cunas por el techo"

hace 6 hour 3
ARTICLE AD BOX

Desde Bahía Blanca

Mateo tenía dos días de vida cuando el Hospital Penna de Bahía Blanca comenzó a inundarse y el agua entró al servicio de Neonatología. Ese viernes, estaba internado junto a su mamá Marisol, de 21 años, y su papá, Federico, esperando a que les den el alta. También estaba con ellos su otra hija, Sara, de 18 meses. Dormían cuando escucharon el sonido del agua que llegaba del subsuelo y las enfermeras y médicas empezaron a sacar rápidamente a los bebés de las incubadoras. Con el correr de las horas y ya sin luz ni comida, la familia decidió volver a su casa en el barrio Duprat: salieron a la calle y se encontraron con que el auto había quedado bajo el agua. En medio de la correntada, una camioneta los levantó y luego de varias vueltas evitando cauces de agua y calles con el asfalto quebrado, llegaron a su casa. Una semana después volvieron al hospital para hacer el control de Mateo, que apenas tiene 9 días. “Gracias a Dios estamos con vida, hay tanta gente muerta. Tenemos que agradecer”, dice Federico.

Mientras amamanta a Mateo en un pasillo del hospital, Marisol recuerda ese día y, aunque su relato es angustiante, se muestra calma. “´Pasó la tormenta´, pensé cuando llegamos. Fue un momento de tensión porque estábamos con el recién nacido y la nena en el auto, y no sabíamos si llegábamos o no, pero si nos quedábamos ya no teníamos ni agua ni señal”, cuenta. Cuando al fin llegaron a su casa ya no había luz y el agua había entrado, por suerte mucho menos que en la mayor parte de la ciudad. “Estuvimos más de 24 horas sin luz, se nos echó todo a perder y se mojaron bastantes cosas”, agrega.

Parte del hospital a oscuras

Una parte del Hospital Penna sigue a oscuras y una semana después del temporal, aún quedan zonas por limpiar. A pesar del trabajo de los 120 empleados y empleadas de la Dirección Provincial de Infraestructura del Ministerio de Salud de la provincia de Buenos Aires llegados desde La Plata y otros voluntarios –no solo bahienses y de localidades vecinas sino de provincias como Córdoba– la suciedad persiste. Primero tuvieron que sacar 50 centímetros de barro, después volvieron a pasar agua para remover otra capa de suciedad y para la próxima semana, esperan un equipo que se dedica a la reconstrucción de hospitales y hacen una limpieza más profunda de la terapia, guardia, neonatología y quirófanos.

El hospital funciona con un servicio de guardia de demanda espontánea de baja complejidad y en los pasillos hay movimiento contínuo: se cruzan pacientes, personal de salud, trabajadores y trabajadores del Sistema Integrado de Emergencias Sanitarias (SIES), funcionarios y policías. Pasos que van y vienen de manera incesante, van dejando en el piso la tierra que viene de afuera, de la avenida Lainez, que antes del diluvio era de asfalto y hoy está cubierta de tierra seca, como si fuera la entrada de un campo. “Se perdió la aparatología de alta complejidad del subsuelo”, explica el director del hospital, Jorge Moyano. Camina enérgico, pero el cansancio se le nota en la cara. “Tuvimos que pasar todo lo que había en el subsuelo al nivel superior e improvisamos consultorios en el pasillo central, que está al nivel de la calle”, describe. Según las estimaciones, se necesitan 22.000 millones de pesos para recuperar el Penna, una suma que el gobernador bonaerense, Axel Kicillof, anunció que dispondrá para el centro de salud interzonal.

La desesperación

Jorge Moyano recuerda la desesperación de ese primer día, cuando el agua no bajaba y en la sala de terapia intensiva llegaba a los 90 centímetros. “Abrimos los pasillos y rompimos vidrios para que el agua vaya saliendo. Inmediatamente el sistema de emergencia de la provincia empezó a trabajar telefónicamente con nosotros y nos mandó equipos. Hasta que llegaron, las gestiones fueron telefónicas con el traslado, sobre todo, del Ejército; porque todas las ambulancias que venían se quedaban paradas”. Hay una imagen que no se le olvida: cuando con un grupo de seis obstétricas cruzaron la calle, con el agua hasta las rodillas, haciendo una cadena humana para que la correntada no los voltee y así pudieron llegar a asistir a una mujer que estaba por parir. “Ahora empiezan a aparecer esos cansancios muy profundos que hay que escuchar, esas angustias que todos los que estuvimos en esta situación empezamos a manifestar”, cuenta.

Agustina Morales también está cansada, tiene 33 años y hace 9 que es enfermera de Neonatología. Pasado el mediodía de ese viernes 7 de marzo, caminó cuarenta cuadras desde su casa en el centro hasta el hospital con el agua que superaba el metro de altura. Quería llegar al servicio para reemplazar a sus compañeras que estaban desde la noche anterior, cuyos videos se viralizaron en las redes sociales por salvar a los bebés de las incubadoras en el medio del agua. En ese momento ya no funcionaban las comunicaciones y las enfermeras no sabían nada sobre sus familias, ni si sus casas estaban inundadas. Junto a otras personas que se cruzaron en la calle, hicieron cadenas humanas para cruzar las esquinas y evitar que la corriente se las lleven. “Uno pisaba y no sabía si había pozos porque el cemento se fue desgranando y no sabíamos dónde pisábamos, además del miedo por los cables sueltos. En ese momento, no medimos la dimensión de lo que hicimos, del peligro que atravesamos. Pero bueno, había personas que querían ver a su familia y yo tenía que llegar al hospital, así que lo hice”, cuenta.

No todo terminó ahí: por la noche el hospital seguía sin luz y solo había un generador en la sección de Pediatría, por lo que Agustina y otras compañeras sacaron a los bebés por la ventana y cruzaron el techo hasta la otra sección. “Empezamos a pasar con ayuda de las enfermeras de pediatría, buscamos a los bebés y pasaban las madres con las cunas por el techo. En ese momento, tampoco medimos las circunstancias, pero bueno, era lo que quedaba, necesitábamos luz y abajo se escuchaba ruido, como de gente que quería robar”, relata.

Aun sin luz

Mientras habla, Agustina se angustia, sigue sin luz ni agua en su casa y dice que en los momentos de soledad recuerda todo: “Pienso en todo lo que pasamos, mis compañeras están bastante afectadas y por suerte estamos teniendo contención del servicio de Psicología para poder expresar un poco todo lo que nos pasa. Hay algunas que todavía están en shock, muy desbordadas emocionalmente y necesitan ser escuchadas como también yo. Gracias a Dios tengo compañeras que me reciben en su casa cuando no me puedo bañar”, dice y la entrevista termina cuando rompe en llanto, una de sus colegas se acerca y la abraza, permanecen así unos minutos.

Los voluntarios

Cerca de ese lugar, en el Pasillo 5 del hospital siguen limpiando. Thiago “Tato” Montagnoli se sumó como voluntario: es scout, tiene 22 años y dirige a un grupo de chicos y chicas de entre 14 y 17 años. Fueron a dar una mano para terminar de sacar el agua y mover muebles. Desde que todo arrancó, están ayudando a limpiar casas y hacen ollas populares todos los días para distribuir viandas calientes en distintos centros. “Estamos con las palas, los secadores y baldes. Es un situación muy triste porque las casas están con todas las cosas tiradas después de quedar flotando, hay olores horribles, mucha humedad. Pero, por otro lado, la gente está muy predispuesta a colaborar, siempre muy solidaria. También había gente que pasaba y nos preguntaba si necesitábamos ayuda”, cuenta.

Thiago dice que le duele la cintura, seguramente por un mal esfuerzo por descargar mercadería de los camiones, pero cree que seguirá varias semanas más. “Estamos desde las 10 de la mañana hasta las 11 de la noche, llega un punto en el que no das más, pero siempre el cuerpo puede un poco más y entonces le mandás, le mandás. Ver que están los chicos es como que te hace sacar fuerzas de donde no las tenés para seguir, porque si bien no son tareas tan forzosas, es medio jodido. No sé si estoy como para tres semanas más, pero por lo menos hasta que la ciudad salga adelante. Los cuerpos van a aguantar”, cuenta.

Si bien la mayoría de la gente está con las tareas de limpieza y reconstrucción, hay vecinos que siguen con el agua en sus casas. A pesar de que el miércoles el intendente Federico Susbielles dijo que “ya no tenemos casas con agua adentro", hay sectores como Villa Derby, Sección Quintas o Paraje Alférez San Martín que aún siguen inundados. En el barrio Viajantes del Sur, construido en una zona baja, quedan siete casas con agua y hay bombas de extracción con grandes tubos funcionando. En una conferencia de prensa el viernes por la tarde, Susbielles dijo que "el único lugar donde permanece el agua es en la zona del barrio 17 de Agosto y en barrio Derby, ahora quedan 20 centímetros en algunos sectores".

De a poco, Bahía Blanca busca una normalidad que todavía parece lejana, ayer comenzaron las clases en dos escuelas y tres jardines de barrios que no fueron afectados. El tránsito sigue siendo caótico porque el agua arrasó con los puentes y, si bien se instalaron puentes modulares, por el momento las pocas calles transitables colapsan. Así son los días en esta ciudad que parece, literalmente, estar volviendo a vivir después de una guerra.

Leer el artículo completo