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Desde Bahía Blanca
Nada escapa del polvo en Bahía Blanca. Una nube amarronada se mantiene en el aire desde hace días, las calles que eran de asfalto están quebradas o tapadas por un colchón de tierra seca que antes fue barro con mezcla de agua de lluvia y líquidos cloacales. Los autos pasan despacio, pero la tierra se levanta igual, llega a los ojos e irrita. Es tanto el polvo que, en algunos barrios, los vecinos cortan las calles con los muebles húmedos que hasta hace pocos días decoraban sus casas: así evitan la circulación. De lado a lado de la calle hay maderas, bolsas de ropa que jamás volverá a ser usada, electrodomésticos ahora inútiles, cuadros familiares y álbumes de fotos que ya no conservarán recuerdos. El agua arrasó con violencia años de vida concentrada en objetos, se llevó mucho y lo que quedó, es solo estorbo.
El viernes 7 de marzo, Alejandra Molina rompió la cerradura de la Escuela 14 de Cerri al oeste de Bahía Blanca. Llegó con su marido, sus tres hijos y varios vecinos más en busca de un lugar en el que refugiarse de las oleadas que bajaban por las calles porque en su casa el agua ya lo tapaba todo. Sabían que el edificio tenía un segundo piso y empezaron a trasladar a todas las personas que rescataban. Algunas usaban botes, otras kayaks y otras, simplemente sus brazos. “Fuimos arrastrando contra la corriente a la gente. Teníamos el agua al cuello y la idea era salvar a todos los que más pudiéramos. Yo en mi vida aprendí a nadar, creo que ninguno sabía nadar, pero ante todo somos personas y se escuchaban llorar bebés y había que rescatarlos. Salimos a buscarlos casa por casa, habremos hecho 15 viajes”, recuerda. Alejandra todavía no pudo volver a su casa porque fue declarada “inhabitable” por la municipalidad y por estos días, los ingenieros evalúan la utilidad de los cimientos.
En un centro de evacuados
Cuando el agua se escurrió, limpiaron la planta baja de la escuela y ahí instalaron uno de los centros de evacuados del pueblo, que en los primeros días eran cientos. Muchos de ellos adultos mayores para los que Alejandra cocinó especialmente compota de manzana. Fue evacuada y voluntaria, se encargó de la comida y junto a otras personas. “No solamente fui una evacuada sino que fui quien asistió en un montón de cosas y no lo hice porque quería que me agradecieran, sino para sentirme ocupada en un momento muy feo”, cuenta. El viernes les avisaron que iban a trasladar el centro de evacuados a una iglesia lejana porque el lunes empiezan las clases. Ella decidió irse a casa de su mamá, que también se quedó sin nada por el temporal. “Fue más que una desgracia, perdimos gente conocida y el sacrificio de toda una vida. Me llevó 24 años tener todo lo que tenía en mi casa y se perdió en un momento”, cuenta.
La solidaridad también brota en esta ciudad, en cada barrio hay grupos de voluntarios (organizados o no) que van preguntando casa por casa si necesitan ayuda para limpiar. En clubes o en casas particulares se arman pequeñas ollas populares para armar viandas calientes o distribuir donaciones que se fueron generando de manera particular. Se suma a todo el operativo oficial que incluye bomberos, rescatistas, empleados municipales y del gobierno de la Provincia de Buenos Aires, organizaciones no gubernamentales y de la Fuerzas Armadas, que con camiones especiales llegan a lugares más inaccesibles. Los puntos de entrega permanecen custodiados por la policía por temor a los saqueos. Aún no hubo, pero hay un miedo latente que se acrecienta por las noches. Cuando oscurece, algunos barrios parecen sacados de una película norteamericana apocalíptica: no hay alumbrado público y en las calles están los autos rotos y abollados con capas de tierra, que parece que están abandonados hace años.
Sin poder volver a casa
“Cuando los abuelos puedan volver a sus casas, yo volveré a la mía y veré cómo salir adelante porque no me quedó nada”, dice Roxana Díaz de 42 años, coordinadora del centro de evacuados de Cerri donde el 98 por ciento de los 9000 habitantes fueron afectados. Ella tomó este rol por iniciativa propia ante el caos de los primeros días. También es voluntaria y damnificada. Hace más de una semana que está trabajando en el lugar y sus cuatro hijos (dos de ellos con autismo) están viviendo con un familiar en Bahía Blanca, mientras su marido se queda en la casa para evitar robos. “No me puedo ir y dejar todo acá”, dice y llora. “Cuando vuelva veré qué hago. Me emociona pensar que somos un montón de gente dejando sus casas, que estamos en la misma condición de los que estamos ayudando porque no es que vamos a volver a nuestras casas y está todo bien. No, en realidad no tenemos casa y nos toca ayudar acá”, agrega.
Mientras habla, se acercan al menos seis personas a preguntarle cuestiones operativas: qué dónde queda la casa de tal familia porque están los ingenieros, que dónde está el médico para tomar la presión, que dónde descargan la mercadería. “De repente éramos 50 familias metidas acá adentro y había que atenderlas, conseguir suministro, cocinar y organizar. Así terminé siendo la encargada de los evacuados siendo evacuada”, relata. Este movimiento permanente irá menguando con el paso de los días, cuando las personas regresen a sus casas. “Creo que todavía no caemos en la cuenta de lo que pasó. Estamos todo el día yendo de acá para allá. Sale uno y salimos todos, no podemos hacerlo por separado. Todos perdimos todo. Si hoy vas a mi casa, no me quedó nada, absolutamente nada, pero también hay que estar con los abuelos que están solos”, sentencia. Y agrega que tiene “la esperanza de salir adelante porque es la reconstrucción de todo un pueblo”.
El agua, el barro y el polvo son evidencia del cambio climático que Javier Milei ningunea en cuanta cumbre internacional pisa. Un presidente que llegó a Bahía Blanca cinco días después y solo estuvo algunas horas para la inauguración de un puente modular, siendo insultado por los vecinos. Por el momento el Gobierno Nacional envió 10 mil millones de pesos –a pedido del gobierno de Axel Kicillof– de los más de 400 mil millones que se necesitan para reconstruir la ciudad (el 2,5 por ciento). Lo que sí hay son promesas: la Casa Rosada anunció que creará un "fondo especial" de 200 mil millones de pesos para asistir a los damnificados "de manera directa, proporcional y sin intermediarios", pero nadie explicó cómo funcionará. Será administrado por la "Agencia Federal de Emergencias", un organismo anunciado por Patricia Bullrich y Luis Petri durante los incendios en La Patagonia que nunca se puso en marcha.
En Bahía Blanca el camino es incierto, no hay GPS que pueda definir con precisión qué ruta tomar y cómo llegar, todo depende de los cráteres en el asfalto que dejó el temporal y de lo concurridos que estén los pocos puentes que quedaron para unir la ciudad. En el Barrio Villa Loreto hay muchas calles intransitables, algunas cortadas por los mismos vecinos, otras porque están trabajando las retroexcavadoras y otras porque los pozos desafían a cualquier amortiguador. Allí está Juana Carabajal Racosta de 17 años, scout del grupo San Francisco de Asís. Su casa se inundó parcialmente. También la de su abuela Elena, que se salvó porque se subió a un piso superior y esperó ahí hasta el sábado, cuando la fueron a buscar. Junto con otros quince scouts, Juana limpió la casa de su abuela y después siguió sacando el barro de otras. “La parte más difícil fue tirar cosas que fueron contaminadas, porque eran aguas cloacales, fue tirar ropa o cosas que mi abuela ya no puede usar por su salud; aunque se laven, van a seguir sucias”, cuenta.
Tener que soltar
“Se escaparon un par de lagrimitas, pero era necesario tirarlas. Cuando yo era más chica, mi abuelo me sacaba un montón de fotos y entonces había fotos mías por todos lados; y tener que tirar álbumes me chocó bastante”, agrega. Cada día, con el grupo de scouts hacen ollas populares, cocinan alrededor de 500 viandas calientes para la gente del barrio y para otros centros más alejados. La comisión encargada de esa parte se llama “Olla veloz” y se arreglan con los alimentos que les llegan. Hay otros que clasifican ropa y atienden a la gente, y otros que limpian casas. Los roles se van rotando. “Parece que pasó un montón de tiempo por el cansancio físico que tenemos, pero es solo una semana aunque parece que ya pasó un mes”, agrega.
En Bahía Blanca hay voluntarios de todas las edades, desde grupos de jóvenes que antes se juntaban para salir a bailar, hasta adultos mayores que cocinan tortas fritas o budines. Toda una ciudad movilizada, no solo para la emergencia.