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En el incipiente proceso de enfriamiento del conflicto contra Rusia bajo intervención directa de Washington, un papel clave es el de las entidades bancarias y, especialmente, de los "fondos buitre" que esperan con impaciencia cobrar (y sobre todo ganar) por los servicios prestados a Ucrania, mientras comienzan a delinear el futuro económico de este país para su propio beneficio.
BlackRock, la mayor empresa mundial dedicada a gerenciar fondos de inversión y con activos cercanos a los 12 billones de dólares; PIMCO (Pacific Investment Management Company), considerada como la sexta empresa a nivel global en gestión internacional de inversiones; y JP Morgan Chase, la principal entidad bancaria del planeta, conforman un poderoso conglomerado financiero radicado en los Estados Unidos y que, a cambio de jugosos contratos, ha permanecido leal a Ucrania durante estos últimos años.
Las relaciones entre Kiev y BlackRock se remontan a 2014, cuando el fondo de inversión se convirtió en uno de los principales tenedores de deuda soberana después del golpe pro occidental en contra del expresidente Viktor Yanukovich.
Sin embargo esta vinculación se profundizaría bajo el actual gobierno de Volodimir Zelenski y, sobre todo, desde el inicio de la guerra contra Rusia a partir de febrero de 2022, momento en el que además se sumarían otras compañías dedicadas a las ganancias a un mínimo costo y a la especulación financiera con recurrentes prácticas extorsivas, luego de asumir parte de la inmensa deuda externa de casi 170 mil millones de dólares contraída con organismos como el FMI y el BM.
Con el conflicto bélico ya en desarrollo, BlackRock y PIMCO aceptaron la suspensión del cobro de intereses por dos años. A principios de 2024 el acuerdo fue renovado por un año más con la condición de que Zelenski contratara a estas corporaciones para atraer inversiones privadas destinadas a la reconstrucción después de la guerra. Los "fondos buitre" asumieron un papel protagónico en este nuevo proceso económico, orientando a distintas corporaciones interesadas en obtener rápidas ganancias en Ucrania, y facturando convenientemente por esta labor.
En medio del Foro de Davos de enero pasado, Zelenski mantuvo reuniones secretas con los principales CEOs y gerentes de empresas multinacionales para terminar de anudar audaces negocios multimillonarios, prácticamente sin conocimiento público. Siempre bajo la coordinación de las entidades aliadas, el mandatario mantuvo encuentros con los directivos de corporaciones dedicadas a las finanzas internacionales como Bridgewater Associates y Carlyle Group, con empresas centradas en inversiones inmobiliarias como Blackstone, con polos informáticos como Dell, y con conglomerados para la producción de acero como ArcelorMittal.
El peso de las firmas financieras en las operaciones de pacificación resulta innegable, a punto tal de que ya cuentan con su propio proyecto para la Ucrania de posguerra, que va mucho más allá de las apresuradas privatizaciones y de los onerosos contratos con el sector público.
Con apoyo del gobierno de Donald Trump, el principal interés de los fondos de inversión apunta a la pronta generación de un "banco de reconstrucción", inspirado justamente en su propia experiencia como empresas de capital de riesgo y gestionado internacionalmente. Se trata de un proyecto bien lejano al "Plan Marshall 2.0", planteado por las principales capitales europeas para favorecer a determinadas corporaciones en el campo de la defensa, el transporte o la industria de Ucrania. Todo indica que Europa quedará relegada en esta primera etapa de diálogo.
Con todo, y pese a que consideran a Zelenski como su principal aliado y a que no habría mayores obstáculos legales o políticos para iniciar el cobro de los valores adeudados, los tenedores de bonos de la deuda ucraniana ya han contratado al estudio de abogados Weil Gotshal & Manges, y a la firma de asesoría PJT Partners, para iniciar un potencial litigio frente a los conflictos que podrían suscitarse en el futuro cercano.
Después de todo, el final de la guerra no es el que se esperaba ni en Estados Unidos ni muchos menos en Europa, con la OTAN doblegada frente a una Rusia triunfante. Además, cambios imponderables, pero de gran magnitud, podrían desenvolverse en Ucrania en los próximos meses, más aún, si existen reemplazos de peso en el escenario político y militar. Pero lo más importante es que un amplio grupo de bonistas representados por los "fondos buitre" espera cobrar 23 mil millones de dólares a partir de la reestructuración de la deuda ucraniana que comenzará ni bien inicie la etapa de la posguerra.
Mientras tanto, BlackRock, PIMCO, otros fondos de inversión, y un creciente número de empresas, bancos y corporaciones multinacionales, esperan obtener mayores réditos económicos de una Ucrania debilitada en extremo y exhausta por la guerra. Eso sí: siempre y cuando su socio privilegiado, Volodimir Zelenski, continúe al frente del Estado y acepte pagar todas las deuda con creces, incluso, mediante la entrega, sin mayor control, de recursos minerales y de terrenos fiscales para el aprovechamiento de distintas firmas comerciales.