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The Night the Zombies Came es, acaso, el disco más "maduro" de los Pixies, adjetivo que intenta ser aséptico y que en otra banda podría incluso admitir una connotación positiva. Pero para el grupo de Boston, esa "madurez", compatible con su realidad biológica, implica un relativo "disvalor": los Pixies irrumpieron en la escena de fines de los '80 empujados por su frescura, su desfachatez, su espíritu disruptivo. Que 35 después saquen un álbum correcto, sereno y armoniosamente grabado genera en muchos fans cierto sabor agridulce.
Se trata, tal vez, de un efecto que define más a los fans que a la banda: quien escucha The Night the Zombies Came cómodamente instalado en su sillón, también maduró, en muchos sentidos burocratizó su vida y bajó varios cambios en términos de adrenalina creativa, pero pretende que sus héroes rockeros congelen y reproduzcan eternamente su vieja estampa rebelde. Un rupturismo conservador, de algún modo artificial, para satisfacer una nostalgia mal resuelta.
Este prólogo pone en contexto las dificultades que tiene cualquier artista de rock que no haya sido David Bowie (epítome de la revolución permanente) ni AC/DC (emblema de la repetición forzada). Los Pixies canalizaron esa limitación de la mejor forma que pudieron: haciendo un disco "medio tempo", a tono con la realidad crepuscular de sus integrantes. Sin sorpresas. Salvo que la sorpresa sea, precisamente, la linealidad de canciones relajadas, atrapadas -a veces bellamente atrapadas- en su propia languidez. Es lo que les salió y debe reconocerse cierta valentía en ese sinceramiento, que elude la apelación a una fórmula segura.
No debe esperarse en este disco, entonces, todo aquello que fue la marca de fábrica de los Pixies: no más electroshocks seguidos de la más refinada línea melódica; no más pinceladas lacerantes salidas de la guitarra de Joey Santiago; no más aquellos arrebatos de nihilismo melancólico de ciudad universitaria que se desprendían de la voz de Black Francis. Básicamente, la estructura rítmica que atraviesa todo el disco abandona ¿para siempre? la secuencia "loud-quiet-loud", que supo encontrar sus discípulos más aventajados en Nirvana.
Algunos tramos del disco recuerdan -para quienes se impongan hacer un esfuerzo en ese sentido- los pasajes más serenos de esa joya que fue Bossanova (1990). Un poco de aquel espíritu lúdico persiste en canciones como "Hypnotised". Allí se manifiesta esa deliciosa inocencia impostada que invita a disfrutar de la vida, a pesar de todo. Como contrapartida, los pocos tracks adrenalínicos, como “You’re So Impatient” y "Oyster Beds", adoptan una impronta garagera básica, despojada del matiz diferencial que hacía de Pixies mucho más que una buena banda garagera.
Santiago reserva para el final, en “The Vegas Suite”, uno de esas intervenciones abrasivas que le dieron fama en el circuito alternativo. Black Francis lo acompaña, pero contenido, como si ya no fuera ni siquiera Frank Black. Ya no está la bajista argentina Paz Lenchantin (reemplazada por Emma Richardson, ex Band of Skulls) y se siguen derramando lágrimas por la ausencia de Kim Deal.
Hay que ser realistas. Desde que los Pixies se rejuntaron (en 2004) sacaron más discos (cinco) que en su juvenil etapa aluvional. Puede decirse que la ligera atmósfera de cine de terror que impregna The Night... le agrega un tinte irónico al asunto. Los Pixies se garantizan la mera supervivencia en un mundo invadido por los zombies. No es poco.