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7 - AMENAZA EN EL AIRE
(Flight Risk/Estados Unidos, 2025)
Dirección: Mel Gibson
Guion: Jared Rosenberg
Duración: 91 minutos
Intérpretes: Mark Wahlberg, Michelle Dockery, Topher Grace, Monib Abhat y Atanas Srebrev
Estreno en salas
Mel Gibson es de esos personajes que llevan a preguntarse, una vez más, si es posible separar la obra del artista. Defensor de cuanta conspiración ande circulado por las catacumbas de internet, antivacunas, antisemita y muchos “anti” más, es un director cuyas películas, sin embargo, tienen una fiereza, un nervio, una musculatura, una energía y una vitalidad infrecuentes en el cine a gran escala. Lo malo del australiano es que es un convencido –y está orgulloso de serlo– de muchas cosas que no tienen ningún tipo de asidero; lo bueno, que filma como el convencido del cine que es.
Luego de haberse dado una vuelta por su particular visión de la historia con Corazón valiente, La Pasión de Cristo, Apocalypto y Hasta el último hombre, en las que estaba menos interesado en las coordenadas reales que en replicar perfecta, fotográficamente la crudeza de lo real, el protagonista de Arma mortal vuelve a sentarse a la silla plegable para Amenaza en el aire. Es una de esas películas de la vieja escuela que los grandes estudios prácticamente ya no hacen, un ejercicio casi de entrecasa, alejado de la ambición, las resonancias místicas y la grandilocuencia épica de las anteriores, pero que lo demuestra en plena forma. Gibson, entonces, un cineasta (in)tenso.
Como mandata el manual de las hoy casi extintas películas de hora y media (son 91 minutos, créditos finales incluidos), Amenaza en el aire prescinde de todo tipo de preámbulo para ir directo al hueso de la acción. Todo comienza en un motel de una inhóspita región de Alaska donde está escondido Winston (Topher Grace), un hombre prófugo de la Justicia. Lo acusan de varios delitos contables cuya pena está dispuesto a negociar, básicamente, buchoneando a su jefe, uno de esos peces gordos de los negocios turbios con el dinero suficiente para comprar favores en todos lados. Incluyendo, claro, Alaska. Hasta allí llega una oficial del FBI, llamada Madolyn (Michelle Dockery), con la orden de llevarlo a como dé lugar ante el banquillo de testigos del juicio a su superior el lunes por la mañana. Como están en medio de la nada y con el tiempo comiéndole los talones, al otro día volarán en una avioneta durante un par de horas hasta un aeropuerto donde podrán conectar con Seattle.
El aeroplano parece de papel al lado de los picos montañosos y los vientos que caracterizan el aérea. Todo queda en manos del piloto, que se presenta como Daryl y tiene el habitual aire entre bruto y bonachón, de laburante responsable, que le imprime a sus criaturas proletarias Mark Wahlberg, quien suma para la ocasión una pelada autogenerada. Los problemas comienzan cuando el asustadísimo Winston vea debajo del asiento una credencial con el nombre del piloto, pero una foto distinta a quien está sentado al comando. No hay que ser un genio para suponer que el jefe movió sus piezas con el objetivo de que el testigo no llegue a su destino, puntapié para que el vuelo se transforme en una odisea.
En Amenaza en el aire todo es transparente y directo, un “palo y a la bolsa” con la forma de un thriller de supervivencia con buenas dosis de humor que transcurre casi en su totalidad en el interior del avión. Una supervivencia de doble entrada, ya que la agente y el testigo primero deben resolver el temita del piloto y, más tarde, ver de qué manera continúan volando cuando ninguno de los dos tiene ni la más remota idea de cómo manejar el aparato. Es, si quiere, un remedo muy tardío del cine de catástrofes aéreas propio de fines de los ’70 y principios de ’80, salpimentado por la paranoia de dos personajes que no saben en quién confiar. Desconfiar de todo y de todos: la especialidad de Gibson, delante y detrás de cámara.