Bill Gates, un magnate a contramano del discurso libertario que congrega a Elon Musk, Donald Trump y Javier Milei

hace 5 month 13
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Por The Independent para Página/12

Bill Gates no vio venir las teorías conspirativas. El cofundador de Microsoft construyó una de las fortunas más inmensas que el mundo haya visto, gracias a su previsión sobre la revolución de las computadoras personales, pero nunca imaginó que tanta gente terminaría usando esas máquinas para presentarlo como un lagarto devorador de bebés que cambia de forma, implanta microchips en las vacunas y planifica pandemias para obtener ganancias. “Pensé que Internet, con la magia del software, nos haría a todos mucho más objetivos”, lamenta, con una sonrisa irónica detrás de sus gafas de montura negra. “La idea de que nos regodeamos en la desinformación... me sorprende”.

No es que se esté quejando. “No me importa cómo me perciban”, asegura este hombre de 68 años durante una videollamada (a través de Microsoft Teams, por supuesto) desde su oficina en Kirkland, a orillas del lago Washington, frente a Seattle. Así que incluso cuando “una mujer se me acercó y me gritó que le había implantado cosas, que la estaba rastreando”, se lo tomó con calma. “Mi vida es fantástica”, dice. “Soy la persona más afortunada del mundo, en lo que respecta al trabajo que puedo hacer”.

La desinformación en línea preocupa a Gates, no por su reputación personal, sino porque es el raro problema para el que no tiene una solución. En su nueva serie documental de cinco partes de Netflix, What's Next? The Future with Bill Gates, el multimillonario comparte su visión optimista de un mundo donde la innovación científica hace retroceder el cambio climático y erradica enfermedades mortales, mientras los avances en inteligencia artificial nos dejan a todos libres para disfrutar de un tiempo libre perpetuo. Son solo las teorías conspirativas las que lo tienen perplejo. "Siento un poco como si le hubiéramos entregado eso a la generación más joven", dice. "Tienen que averiguar: '¿Cuál es el límite entre la libertad de expresión y la incitación a la violencia, o el acoso, o simplemente la locura que hace que la gente no siga los consejos de salud?'"

Gates es muy consciente de que una de las razones por las que los rumores grotescos sobre él captan la imaginación del público es porque, como dice en el programa, “la riqueza extrema trae consigo preguntas sobre tus motivos”. En 2000, dejó el cargo de director ejecutivo de Microsoft para crear la Fundación Bill y Melinda Gates, con el objetivo de donar “montones de dinero para salvar muchas vidas”, pero sigue siendo una de las personas más ricas del mundo (séptimo en la lista de Forbes, con un patrimonio neto estimado de 138.000 millones de dólares).

Le pregunto directamente si puede asegurarme que los multimillonarios realmente se preocupan por el resto de nosotros. Su respuesta no me tranquiliza precisamente. “Soy un gran partidario del impuesto sobre el patrimonio y de una tributación más progresiva”, responde. “No creo que debamos permitir que, en general, las familias cuyo bisabuelo, gracias a la suerte y la habilidad, acumuló una gran riqueza, tengan el poder económico o político que eso conlleva”.

No se trata, entonces, de un respaldo rotundo a la clase multimillonaria. ¿Estaría de acuerdo en que es demasiado rico? “Si yo hubiera diseñado el sistema impositivo, sería decenas de miles de millones de dólares más pobre de lo que soy”, asiente. “El sistema impositivo podría ser más progresivo sin dañar significativamente el incentivo para hacer cosas fantásticas”.

En lugar de pagar voluntariamente más impuestos, Gates ha invertido su riqueza en proyectos que, en su opinión, pueden elevar el nivel de vida global. Ha afirmado que puede asumir riesgos en innovaciones a largo plazo en las que los gobiernos no estarían dispuestos a apostar, y en un episodio del nuevo programa presenta algunos de los proyectos que está financiando para intentar contener la crisis climática, como invertir en nuevos tipos de reactores nucleares y encontrar formas de fabricar cemento que no emita CO2.

Este tipo de innovaciones son esenciales porque, como explica, la mayoría de las emisiones de carbono provienen de la generación de electricidad y la fabricación de productos como el acero y el hormigón. Le digo a Gates que su análisis me desanima un poco, simplemente porque me recuerda lo insignificantes que son mis esfuerzos por volar menos o desperdiciar menos alimentos en comparación con los enormes cambios estructurales que deben ocurrir para que la sociedad alcance las emisiones netas cero.

“En primer lugar, permítanme decir que las acciones individuales suman”, argumenta Gates. “Ya sea crear demanda de productos ecológicos o actos de bondad, todos los que compran alimentos elaborados con menos CO2 ayudan a impulsar la innovación. Así que, ya sean autos eléctricos, bombas de calor o combustible de aviación sostenible, no lo descartaría por completo”.

Pero está claro que los principales cambios que necesitamos deberán ser realizados por los gobiernos, así que le pregunto si se siente solidario con los activistas que bloquean carreteras o arrojan pintura sobre obras de arte para que los políticos presten atención. “Estoy de acuerdo en que a veces las tácticas extremas son muy útiles para mantener este tema en la agenda”, dice, “porque el gran dolor del cambio climático está muy lejos en el futuro…”. Lo interrumpo: ¿no estamos sufriendo ya los efectos del cambio climático? Gates niega con la cabeza. “Excepto en los países del ecuador, los impactos masivos en el PIB no son a corto plazo”, dice, añadiendo que no tiene tiempo para el catastrofismo climático. “La idea de desesperarnos, de que debemos rendirnos, tampoco ayuda a la causa”.

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