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Músicos judíos, que escapando del odio atropellado del nazismo pudieron encontrar en Argentina un lugar para poner fin a las persecuciones, reconstruir sus existencias, recuperar formas de esperanza y del algún modo temperar la ignominia del exilio. Historias de individualidades en confluencia, recompuestas en un mosaico que refleja, además de travesías personales, el aporte de esas personalidades artísticas a la vida musical en Argentina, tanto en las salas de concierto, como en las aulas y en los espacios de entretenimiento. De eso se trata El exilio de los músicos, el documental que se va a proyectar en estreno mundial este viernes a las 20:15 y el próximo lunes 11 a las 20, en el marco de la 19ª edición del Festival de Cine Judío en la Argentina, que se llevará a cabo entre el 7 y el 13 en el CineMark Palermo (Beruti 3399).
Con la dirección de Iván Cherjovsky, El exilio de los músicos es la culminación de un intenso trabajo de investigación sobre los músicos judíos que llegaron desde Europa a la Argentina amenazados por el nazismo, en particular entre los años 1933 y 1945. La musicóloga Silvia Glocer viene realizando ese trabajo desde hace mucho tiempo, abarcó su tesis de doctorado y el excelente libro Melodías del destierro (Gourmet Musical), además de un diccionario biográfico en dos tomos que publicó la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. “Hace veinte años, cuando emprendía la carrera de doctorado en la Universidad de Buenos Aires, buscaba un tema de investigación para desarrollar. Sabía que en ese tema la música y la judeidad debían estar presentes. Pero nada más”, cuenta Glocer al comenzar la charla con Página/12.
“Empecé el proyecto con la idea de estudiar a un puñado de veinte músicos judíos exiliados en Argentina que habían huido del nazismo. Como pasa con frecuencia, el tema se fue expandiendo y de ese conjunto de veinte músicos llegué a estudiar, y sigo estudiando, a más de 140. A medida que iba avanzando en la investigación y crecía el objeto de estudio, fue creciendo la idea de que el resultado del trabajo, además de libro, se convirtiera algún día en una película”, agrega la musicóloga.
Ljerko Spiller, el gran violinista, director y maestro de generaciones de músicos, es la punta del relato de El exilio de los músicos, que entre testimonios directos, imágenes de época y el trabajo de archivo, desarrolla un mapa vívido de nombres y circunstancias. "Zubrisky vino en condiciones terribles, escapando de los nazis", cuenta la voz trémula de Spiller, refiriéndose al violinista Abraham Rodolfo Zubrisky, nacido en Buenos Aires, pero que trabajaba en Europa en el momento del terror. Entre otros, el documental recompone la figura de Lajos Bela, violinista y director de orquesta de jazz, que salvó a muchos músicos, y a través de un contrato para su orquesta permitió la llegada a Buenos Aires del doctor Gerardo Cahn, también saxofonista. Una historia entre tantas.
También están el cantante Léibele Schwartz, padre del actor Adrián Suar –que da su testimonio en el documental– y el director Victor Schlichter, que llegó con Los Bohemios Vieneses, para actuar en Radio El Mundo. El Teatro Colón fue el ámbito natural pata muchos de aquellos exiliados. Ahí estaban la cantante Lili Heinmann, el director Roberto Kinsky, el crítico Curt Weissstein (sí, con tres eses) y el coreógrafo Otto Werberg, además de los directores Erich Kleiber y Kurt Phalen y el gran pedagogo Guillermo Graetzer. “La mayoría no aparecía en los libros de historia de la música y si figuraban, nada se decía acerca de su judeidad, la persecución, el exilio”, acota Glocer.
“La idea era reconstruir las vidas, trayectorias profesionales, situaciones de exilio e impacto cultural de su llegada. Quería tener una idea de qué era lo que habían hecho en Europa, cómo y con quiénes se formaron, en dónde trabajaban, cómo llegaron hasta Argentina, qué hicieron cuando llegaron, que hicieron después", relata la musicóloga.
– ¿Cómo elaboraron el paso del lenguaje escrito al audiovisual?
– Cuando comenzamos a trabajar con Iván (Cherjovsky), que además es antropólogo, él me hacía preguntas y yo contestaba espontáneamente. Así se fueron construyendo los parlamentos del guión. No fue sencillo para mí despojar a la tesis de los datos duros para contar la historia a partir de imágenes y emociones. Eso es obra de Iván. Él me decía: “esto es un documental, no una tesis”. Había que contar la historia en modo película y comencé entonces una nueva tarea de investigación en archivo, para buscar imágenes y filmaciones. Fue una segunda vuelta de trabajo de archivo, diferente a la que había hecho para la tesis.
– El documental refleja una gran historia coral, que tiene que ver con finales más o menos felices después el terror del nazismo y el horror del exilio. ¿Cuál fue el impacto de estos artistas en la vida cultural argentina?
– Muchos de estos artistas fueron maestros de varias generaciones de músicos de este país. Algunos fueron maestros de mis maestros, e incluso, maestros míos. Trajeron grandes novedades, desde cuestiones vinculadas a la enseñanza de la música en las escuelas, técnicas instrumentales y vocales, renovaciones en las puestas en escena de las óperas, difusión de las vanguardias de aquel entonces.
– El documental no cae en sensiblerías ni se detiene en lo trágico como objeto, mantiene un tono más bien esperanzado. ¿Ese registro se fue dando o lo buscaron?
– Fue algo que nos propusimos con Iván. No mostrar imágenes crudas y evitar golpes bajos. El exilio es triste y doloroso por sí solo. El exilio vinculado a esa época oscura de la historia no se ha visibilizado tanto, pero formó parte de esa siniestra realidad instalada durante el nazismo. Y el exilio es también una forma de sobrevivir, y de este modo, poder contar la historia por los que no están.