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Corría el verano de 1982-83. La sangrienta dictadura estaba dando sus últimos pasos y el retorno a la vida democrática se empezaba a vislumbrar, ante la inevitable caída del régimen de terror. En los jardines del Museo Fernández Blanco se estrenaba El loco de Asís, un musical escrito y dirigido por Manuel González Gil en el que se retrataba la vida y el legado de San Francisco de Asís. La reivindicación de Giovanni di Pietro di Bernardone en la obra, sin embargo, fue algo intolerable para un sector religioso radical, que la cuestionó, intentó censurarla con apoyo de algunos medios y hasta interrumpieron violentamente una función. De hecho, la Iglesia envió a un veedor para que realizara un informe. Ese enviado fue el por entonces provincial de los jesuitas, Jorge Bergoglio, quién no solo disfrutó de la obra sino que además le dio el visto bueno dentro de la curia. Más de cuarenta años después, aquella El loco de Asís se reestrena este viernes 9 a las 21 en el Teatro Marín de San Isidro (Av. Del Libertador 17115).
En medio de la conmoción por la muerte del Papa Francisco y el flamante anuncio de su sucesor León XIV, El loco de Asís regresa a los escenarios (el 6 de junio tendrá una segunda función) con una obra que es la misma que la de aquel entonces, pero en un contexto que la resignifica inevitablemente. Con sus debilidades y fortalezas, la democracia es un hecho y aquel enviado por la Iglesia y que permitió que la obra continuara en cartel se convirtió en Papa, eligiendo a Francisco como nombre para su pontificado. “La obra cuenta el ideario de Francisco, de este tipo que le dijo al Papa que no entendía la fábrica de telas y que se fue a pisar la tierra y el pasto con sus pies y empezó a sentir que era el dueño de todo y a la vez el dueño de nada. No es una obra religiosa, pero se armó un revuelo bárbaro cuando se estrenó”, le cuenta a Página/12 Manuel González Gil.
-¿Qué fue lo que se le cuestionaba a El loco de Asís?
-Hubo un sector muy, muy radical de la Iglesia que intentó censurarla. Fueron violentos, se subieron al escenario, rompieron los programas, buscaron que hubiera violencia, en su intención de querer expresar su repudio, cosa que obviamente no fue contestada por nosotros. Y a partir de ese momento empezaron a pedir que la obra se bajara de cartel, y querían censurarla. Veían en ella una “blasfemia sensual”… Algo muy gracioso, porque era imposible ver en la obra una blasfemia sensual, era una cosa totalmente irracional.
-¿Y en qué aspecto de la obra este sector religioso vió una “blasfemia sensual”?
-Nunca lo supimos. Supongo que se referían a que en un momento de la obra ingresan unos represores a golpear a los franciscanos que tenían la espalda descubierta. Habrá sido eso lo que cuestionaban. Insólito. La blasfemia sensual estaba en su cabeza, no en la obra. Y entonces, las autoridades decidieron enviar a ver la obra al provincial de los jesuitas, porque se armó un gran revuelo. Fundamentalmente, el programa Tiempo Nuevo de Bernardo Neustadt se hizo eco de este grupo y fue un poco el bastonero de querer censurarla y que la sacaran de cartel. Neustadt nunca la vino a ver, pero se hizo eco de este grupo. Y entonces, en una función vino a ver la obra el provincial de los jesuitas, Jorge Bergoglio.
-¿Sabías que iba a ir a ver la obra un enviado eclesiástico? ¿Cómo fue aquel diálogo?
-No, no sabía. Me enteré al final de la función, cuando se me acercó y tuvimos una charla hermosa. Yo estaba operando las luces además de dirigir, porque es algo que me gusta mucho hacer. Se me acercó, se presentó y me hizo una pregunta muy serio, pero yo creo que me estaba cargando un poco. Me preguntó: “¿De dónde saca usted que Dios tiene sonrisa?” Porque en una parte de la obra, al comienzo, se dice que Dios se reía. Y se ve que esa idea le llamó la atención. Entonces le contesté: mire, si Francisco no le hacía reír a Dios, ¿quién?”. Y en ese momento él también se rió. Ahí nos conectamos muy bien, hasta me me comentó qué “sería muy bueno sería que vengas a hablar con mi seminarista, porque vas a tener mejor llegada que yo”... (risas) Me pidió que siguiera con la obra, que le diera para adelante.
-¿O sea que ni siquiera le nombró la supuesta “blasfemia sensual”?
-Nos dio aliento y apoyo para que le demos para adelante. A partir de su vista, se liberó el tema, no hubo nunca más un cuestionamiento y pudimos hacerla toda la temporada. En realidad, debo confesar que nos vino muy bien toda la amenaza de la prohibición porque fue un verano con mucho público. Las prohibiciones suelen generar inmediatamente el efecto contrario al que se busca.
-¿Cuánto creés que la obra influyó en Bergoglio, a partir de que luego decidió el nombre de Francisco para su papado?
-La visita tomó una connotación distinta cuando él toma el nombre de Francisco. Siento que con El loco de Asís vino a a ver algo que él quería. Por eso después le puso Francisco a su papado. No solo a ver una obra que estaba a punto de ser censurada sino también una obra de Francisco Bernardone, al que él admiraba y quería. Me di cuenta que le pegó de una manera muy especial, cuando en sus memorias autorizadas comentó que por esa época “fui a ver una obra de teatro que se llamaba El Loco de Asís y la verdad que comprobé que el teatro podría ser un instrumento angelizador también."
-¿Considerás que El loco de Asís se resignifica en Argentina y el mundo tras el papado de Francisco?
-A mí se me resignifica y supongo que a todos nos pasa. Siento que aún no tomamos dimensión de la figura de Jorge Bergoglio. Todo es muy reciente. Con los años el Papa de los últimos se va a resignificar muchísimo. Mientras ensayamos la obra y el pensamiento de Asís, es imposible no pensar en Francisco. Porque las cosas que dice Asís también es lo que afirmó el Papa Francisco durante su papado. Esta es una obra que habla sobre un hombre que transmite alegría, de un hombre que está hablando de la naturaleza, de un hombre que vive mirando al otro y considerándolo. La obra tiene una vigencia enorme hoy en día. Estamos pasando por un momento del mundo que va dirigido a todo lo contrario a lo que propone Francisco de Asís, donde el individualismo, el egoísmo y al falta de empatía parecen imponerse. Es alucinante que en un escenario se pueda empezar a hablar del otro y de las cosas que uno debería tener en claro por el otro.